DEFINITIVO ADIÓS AL ESTADIO OLÍMPICO DE TOKIO
El futurista y ultramoderno estadio olímpico diseñado por la arquitecto anglo-iraquí Zaha Hadid para los Juegos de Tokio 2020 ha caído finalmente en desgracia. Polémico desde sus inicios, la autoridades japonesas han decidido decir adiós a un proyecto que quizá trajo de la mano la candidatura olímpica, tan grande era el impacto en aquellos que realizaban su visita virtual. Cuanto menos, gran parte del peso de la candidatura nipona reposaba en el impresionante aspecto, que sin duda impactó favorablemente en los votantes del COI que decidieron el destino de los Juegos de 2020.
Las críticas surgieron desde el comienzo al estar situado en medio de una suerte de “bosque sagrado” en el corazón de la capital japonesa. Montar ese mazacote allí perturbaba el carácter sagrado de la zona. Asimismo, siempre se consideró demasiado grande, incapaz de poder realizar un uso medianamente habitual que ninguna ciudad podía absorber. Ese es el principal problema al que se enfrenta toda ciudad organizadora de unos Juegos Olímpicos: poder reutilizar las instalaciones, máxime en el caso de un estadio olímpico, joya de la corona de toda Olimpiada.
Prestigiosos arquitectos japoneses, quizá contrarios a que el principal proyecto olímpico fuera concedido a alguien extranjero (Hadid ya realizó para Londres 2012 el complejo acuático), estuvieron desde el primer momento en contra del megaproyecto de Hadid, al que calificaron –y no solo ellos- de elefantíásico.
El que podríamos denominar “portavoz”de las críticas fue Arata Isozaki, creador a su vez del estadio olímpico de Barcelona 92. Llegó a calificar al proyecto de Hadid como “una tortuga –por su particular techado en arcada, a la manera de casco de ciclista- esperando que se hundiera Japón”.
Pero el principal lastre del estadio olímpico no ha sido ni los celos de arquitectos locales, ni su aspecto, ni su localización, ni tan siquiera su excesivo tamaño. Ha sido el problema que de verdad es capaz de mover montañas: el dinero. Sus gastos, antes de empezar la misma construcción, se dispararon hasta duplicarlos. Ya se temía incluso que el estadio no podría ser usado para la Copa del Mundo de rugby de 2019, que iba a ejercer de test antes de los JJ.OO. Como primera medida, debido al exceso en el gasto, se había decidido reducir la inversión cortando por todos lados y, de esta manera, alejándolo del proyecto inicial. Por de pronto, la renuncia a su techado impedía todo posible futuro uso como escenario de conciertos, mermando así en gran parte su utilización postolímpica.
Pero el gobierno japonés ha tomado finalmente la decisión de cortar radicalmente y decir que no a su proyecto estrella. Algunos consideran que, lejos de cometer un error, han sido valientes y han tomado la decisión correcta a tiempo, antes de que se les fuera aún más de las manos. Otros, que lo hacen con al menos dos años de retraso. Por de pronto hasta principios de 2016 no empezaría la construcción de un nuevo estadio, cuyo proceso de concurso acaba de empezar. Se da por seguro que diferirá en mucho del gigantesco proyecto primigenio y será un estadio de perfil bajo.
Entretanto, la polémica no acaba, pues se dan por perdidos, de entrada, 45 millones de euros, a pagar 6,5 a constructoras, 27 de ellos a la firma diseñadora del proyecto y once a la propia Zaha Hadid, la cual podría incluso exigir una indemnización por la compensación al haber perdido el reconocimiento público por diseñar un estadio olímpico. De hecho, parece que el prestigio de la arquitecto ha sido, cuanto menos, tocado. Puede que se inicie un oscuro proceso legal, pues no había en el contrato penalizaciones por cancelación.
El gobierno nipón quiere, asimismo, esclarecer qué llevó a duplicar el presupuesto. Es por ello que el primer ministro, Shinzo Abe, podría crear un panel independiente que investigara el embrollo del presupuesto.
Se retoma desde cero, con tres años y medio de retraso desde que se presentó el primer proyecto, la construcción de la principal sede olímpica de Tokio 2020, con grandes cambios. De momento el asunto ha conseguido enfadar a la población local –que llegó a realizar manifestaciones en contra del magno proyecto inicial-, los arquitectos japoneses, los medios de comunicación, el gobierno, la propia arquitecto inicial y al COI, que puede sentirse engañado por dar el sí a un proyecto que distará mucho del inicial. ¿Y qué pasa con Madrid, cuya candidatura pudo haberse visto ensombrecida por el mastodóntico e impresionante estadio olímpico tokiota?