SAM WARD: QUIERE IR A TOKIO 2020 PESE A LAS SERIAS LESIONES QUE SE PRODUJO EN UN PARTIDO DE CLASIFICACIÓN PARA LOS JUEGOS
Como se dice habitualmente, los deportistas están hechos de otra pasta. El británico Sam Ward, olímpico en Río 2016 en hockey, es otro claro ejemplo más de ello. En noviembre de 2019 el atacante inglés jugaba con su selección un partido clasificatorio para los Juegos de Tokio que lo enfrentaba a Malasia. Durante dicho encuentro ya había marcado dos goles, lo que ayudó sin duda a meter a su selección en los Juegos Olímpicos. Pero un lance del partido le cambió la vida: una pelota que volaba a algo más de 80 km/h le impactó en la cara y, literalmente, se la destrozó. El dolor era intenso y la sangre, abundante; el techo de su paladar se movía, debido a la fractura facial. Pese a ello Ward quería continuar jugando porque sus padres estaban entre el público. El cuerpo técnico se lo prohibió rotundamente. Fue llevado de urgencia a un hospital, para sufrir una operación maxilofacial a los pocos días. La intervención fue de las serias: se le implantaron cuatro placas metálicas en la cara, 31 grapas y 31 tornillos. El jugador define la operación como que “básicamente me quitaron toda la cara”, que había sido despegada por el golpe. Las imágenes de su cicatriz, que le recorre toda la cabeza, son espeluznantes. Pero lo peor estaba por llegar: debido al golpe ha perdido la visión de su ojo izquierdo. En realidad le es suficiente para la vida normal (aunque ve en el centro una especie de gran pompa gris), pero se duda de que pueda volver a jugar como antes. Le molesta especialmente a la vista cuando la pelota se pone en movimiento. Ya que el impacto le dio de lleno en el ojo, le produjo siete fracturas y le desgarró la retina. La noticia de que no podría volver a ver como antes fue algo devastador para Sam.
El impacto psicológico le afectó tanto como el físico. Aparte de pesadillas, a Sam le costó poder ni tan siquiera volver a ver un partido de hockey, sobre todo debido al ruido que producen los sticks, ya que el último golpe de stick que recuerda haber oído fue justo antes del impacto en su cara. Para ello está trabajando desde hace meses con psicólogos. Cada vez que realizaba sus primeros intentos de ver partidos in situ, tanto de su club como de su selección, se sentía mal. Pero desde que regresó de sus vacaciones navideñas se puso a trabajar con su fisio para coger fuerza. También ha estado trabajando coordinación ocular. La llamada del hockey era demasiado grande. Lo primero que hizo fue coger un stick, hecho que nos podría parecer baladí, pero prueba de superación psicológica tras sufrir semejante trauma -en todos los sentidos- como el que sufrió Sam Ward. El siguiente paso fue hacer de árbitro en un partido de una liga menor. Poco a poco iba perdiendo el miedo a estar sobre una cancha de hockey. Y llegó el momento en que volvió a entrenar y a jugar con su equipo, los Old Georgians. Le han permitido usar unas gafas especiales para no dañarse más la zona ocular. Sigue acudiendo a sesiones psicológicas, así como que realiza ejercicios especiales para su ojo. Quiere llegar a un paso siguiente muy importante: poder estar en los Juegos de Tokio. Su selección le necesita, pues ha convertido 72 goles en 126 apariciones, aunque aún se duda de no ya tanto su capacidad física, sino de la psicológica. ¿Estará al 100%? ¿Jugará sin complejos ni miedos? ¿La vista, dañada, no le jugará alguna mala pasada? Lo que tiene claro Sam es que quiere cumplir su sueño de una medalla olímpica, al alcance de su selección, la británica. Y también tiene claro que no quiere volver a su antiguo puesto como vendedor de coches. El hockey es su pasión y está dispuesto a correr los riesgos que ahora le supone.