EL TRISTE DESTINO DE ALGUNAS MEDALLAS OLÍMPICAS: SUBASTAS, ROBOS Y PÉRDIDAS
Ser poseedor de una medalla olímpica es uno de los sueños no solo de todo deportista de élite que se precie, sino de muchos amantes del deporte en general y del olimpismo en particular. A más de uno le gustaría presumir de tener en su colección de recuerdos olímpicos una auténtica medalla ganada a pulso en alguna edición de los Juegos, quién sabe si por su propio ídolo. Es posible acceder a alguna, aun sin haber participado en ninguna edición. Por métodos legales y otros en absoluto legítimos. La historia nos ofrece muchos más casos de los que imaginábamos, que intentaremos resumir en las siguientes categorías: compra (casi en todos los casos mediante subasta), pérdida involuntaria (y quién sabe si luego encontrada por casualidad por alguien ajeno) y robo.
-Medallas subastadas o vendidas=
-En el otoño de 2018 se conoció que el único campeón olímpico de Israel, el regatista Gal Fridman tenía la intención de poner en la casa de subastas online eBay su preciada medalla de oro, ganada en los Juegos de Atenas 2004 por una imperiosa necesidad de dinero, causa generalizada que aúna a los medallistas olímpicos que toman esta traumática decisión. Curiosamente, Fiedman también entraría en el apartado de “medallas robadas” y además encontradas, pues en 2005 unos ladrones que entraron en su domicilio le robaron -entre otras cosas- las dos medallas ganadas por él en Juegos Olímpicos (también se hizo con el bronce en Atlanta 96) Para su fortuna alguien que paseaba por la playa las encontró y se las entregó.
-Nadie podría pensar que una de las épicas medallas del equipo de Estados Unidos masculino de hockey hielo ganada sobre su archienemiga Unión Soviética en plena guerra fría en los Juegos de Lake Placid 80 en un histórico partido que se denominó el “Milagro sobre el hielo” podría llegar a ser vendida. Nadie en su sano juicio se libraría de una medalla que se convirtió ipso facto en una de las más preciadas de toda la historia olímpica para el poderoso Team USA. Sin embargo, una de ellas fue subasta años más tarde por 310.000 dólares. Pero si investigamos la causa de la venta comprenderemos enseguida el hecho: el jugador Mark Wells la subastó para pagar el tratamiento de una enfermedad rara que padecía, la cual le había causado daños en su médula espinal.
-Si hay un héroe olímpico por excelencia ese fue Jesse Owens. Independientemente de su nacionalidad, el atleta norteamericano ha sido, es y será admirado por cualquier amante del deporte que se precie. Pues bien, hacerse con una de sus medallas está al alcance de ajenos al deporte…que cuenten, eso sí, con una gran fortuna, pues en 2013 uno de sus cuatro oros de Berlín 36 fue a parar a una tal Elaine Plaines-Robinson, mujer de un actor amigo del atleta. Para ello desembolsó casi millón y medio de dólares.
-Tristísimo el caso de la gran gimnasta entonces soviética Olga Korbut, una de las mejores de su generación. Fue una de las estrellas de Múnich 72 y Montreal 76. En total ganó cuatro oros y dos platas olímpicas. En 2017, cuando contaba 61 años, la ex gimnasta se vio obligada a vender hasta 32 objetos vinculados a su -exitosa- carrera deportiva, entre ellos, sus seis medallas olímpicas. Poco valor adquirieron en la subasta: un total de 217.000 euros. Korbut llegó a pasar hambre y esas medallas vendidas le dieron para comer, como años antes le concedieron la gloria.
-Bastante más que las seis medallas juntas de Olga Korbut acompañadas de una treintena de otros objetos suyos fue lo que alcanzó la venta de una única medalla, eso sí, de los primeros Juegos disputados en la era moderna: los de Atenas 1896. En 2014 se llegaron a pagar 285.000 dólares por una de ellas durante una subasta celebrada en Londres. En esa misma subasta se sacaron a la venta las medallas de oro del canadiense Patrick Brennan en Londres 1908 en el deporte del lacrosse (alcanzó 19.000 dólares) y el bronce del salto de longitud de San Luis 1904 del estadounidense Robert Stangland (por 28.000 dólares).
-Nos podemos llegar a encontrar casos sangrantes, similares a los de Korbut. La atleta polaca Zofia Keplacka estuvo dispuesta a vender su medalla de bronce en windsurf obtenida en los Juegos de Londres 2012 para financiar el tratamiento de la su vecina de 5 años, enferma de fibrosis quística y cuyos padres estaban endeudados tras pagar cinco operaciones. La olímpica había prometido tener este gesto antes de partir para Londres y acabó cumpliendo su palabra.
-Otra compatriota suya, en este caso la nadadora Otylia Jędrzejczak, también siguió los pasos de Kaplacka (o más bien ésta de aquélla). El caso es que Jędrzejczak donó más de 80.000 dólares obtenido por su medalla de oro a los niños con leucemia. Como la anterior atleta, ya anunció antes de partir a los Juegos de Atenas 2004 (donde la obtuvo) que, de ganar el oro, lo dedicaría a la caridad.
-Los Juegos de Atenas 2004 y la natación parece que fueron pródigos en generosidad caritativa, puesto que el también nadador Anthony Ervin donó 17.101 dólares obtenidos de la subasta de su medalla de oro para las víctimas del tsunami que asoló las costas tailandesas.
-El boxeador ucraniano Wladimir Klitschko alcanzó una elevada suma en la subasta de su medalla de oro correspondiente a los Juegos de Atlanta 96: ni más ni menos que un millón de dólares. En su caso no fue para cubrir necesidades económicas propias, ni siquiera de alguien cercano como el caso de la windsurfista polaca. El púgil quiso destinar el dinero recaudado para ayudar a cumplir los sueños de cientos de miles niños ucranianos. El bello gesto fue correspondido por otro, si cabe, más generoso: el comprador entregó la medalla inmediatamente después de la compra porque quería que quedara en manos de la familia del boxeador.
-La nadadora alemana Sandra Völker sí que cumple la causa más generalizada para subastar tan preciado objeto: la necesidad de dinero. La atleta se vio en el brete de subastar todas sus medallas olímpicas (tres) obtenidas en los Juegos de Atlanta 96 para pagar sus deudas. Obtuvo en su venta 70.000 euros.
-Sin duda recordarán al atleta Tommie Smith, uno de aquellos que levantaron el puño en el podio de México 68 reivindicando el “Black Power”. Smith también quiso subastar esa medalla, que sin duda debería alcanzar particularmente una alta cifra en su venta. No fue así. Comenzó con un precio de salida de 250.000 dólares pero nadie lo ofreció. Al parecer, el olímpico quería destinar parte del dinero obtenido para una iniciativa, pero es algo que nunca sabremos.
–Medallas robadas=
-La jugadora de hockey británica Hanna MacLeod perdió una noche su medalla de bronce estando en un club nocturno. La jugadora tuvo suerte, no obstante, puesto que la Policía Metropolitana de Londres la localizó. Bueno, más que localizarla llegó hasta ellos vía correo postal de forma anónima. Sin duda sirvió el anuncio que la olímpica había realizado en sus redes sociales, solicitando que se la devolvieran.
-Sin embargo no corrió la misma suerte su compatriota Alex Partrigde, remero, que había perdido su propia medalla junto a Hanna MacLeod, mientras bailaban en el club tras la recepción real en Buckingham a los medallistas británicos de los Juegos de Londres 2012. Partrigde también acudió a su cuenta de Twitter pidiendo colaboración ciudadana, pero no se encontró su medalla. Sí que apareció -de nuevo, en una comisaría de policía- la chaqueta donde se encontraba la medalla, pero ésta no estaba.
-Atletas australianos padecieron lo que podría ser una ola de robos de medallas olímpicas en pocos días. En el verano de 2006 tanto la jugadora de hockey Katrina Powell como la pertiguista Tatiana Grigorieva perdieron sendas medallas, las cuales supuestamente estaban a buen recaudo en cajas fuertes en sus domicilios. El Comité Olímpico de su país les ofreció reproducciones de las mismas, aunque ya sabemos que no es lo mismo.
-Curioso caso con final feliz que dio la vuelta al mundo el ocurrido al piragüista Joe Jacobi, cuya medalla de oro conseguida en Barcelona 92 fue sustraída de su coche. Pasadas unas semanas una niña de siete años la encontró en medio de la basura y como Jacobi ya había dado a conocer por los medios de comunicación el robo, la niña -de nombre Chloe Smith- se la entregó. Poco después el olímpico cumplió con una visita a la escuela donde Chloe estudiaba.
-El tirador de esgrima italiano Daniele Garozzo perdió su medalla en un tren que le llevaba a Turín para entregar un objeto usado en los Juegos de Río al Museo de la Juventus. En el viaje Garozzo llevaba también consigo la medalla de oro de Río y durante el trayecto férreo le fue sustraída al quedarse dormido. Pero la historia tiene un final feliz parecido al anterior, al ser hallada entre la basura esta vez no por una niña, sino por una señora que contactó directamente con el atleta. Éste quiso invitarla a cenar y a que fuera espectadora de una prueba de la Copa del Mundo de esgrima.
-España no se libra de casos así. En junio de 2018 dos medallas de oro conseguidas en Barcelona 92, en concreto las de Vicente Miera como seleccionador de fútbol y las de Pablo Galán como jefe de equipo de la selección femenina de hockey, fueron robadas del itinerante Museo del Deporte a su paso por Santander. Afortunadamente las medallas aparecieron como apareció el ladrón, quien relataría que lo hizo “por mero disfrute”.
-El remero británico James Cracknell también sufrió en sus carnes la sustracción de sus dos medallas de oro olímpicas, guardadas en su domicilio. Por suerte el perro de su vecino las encontró tiradas cerca de su casa durante la huida del delincuente protagonista del hurto.
-Medallas perdidas=
-En los Juegos de Melbourne 56 el remero soviético Viacheslav Ivanov perdió su medalla de oro de una forma muy tonta allí mismo. Eufórico ante la obtención de la presea la lanzó al aire. Lo malo es que resbaló y cayó al lago Wendouree, sede de las regatas. No dudó en tirarse al agua para buscarla, sin éxito.
Los casos relatados aquí por desgracia no han sido los únicos, pero sí están entre los más significativos. La lista muy probablemente aumentará en futuras ediciones olímpicas.