JIM SHEA JR.: CONTINUADOR DE UNA SAGA DE TRES GENERACIONES DE OLÍMPICOS EN JUEGOS DE INVIERNO
Esta historia podría ser la de una dinastía olímpica, la primera en tener a tres generaciones de miembros de una misma familia participando en Juegos Olímpicos de invierno –todos, curiosamente, en tres deportes olímpicos distintos-, pero nos centraremos en el tercer y más joven miembro: Jim Shea Jr. Su abuelo Jack Shea ganó dos medallas de oro olímpicas como patinador de velocidad en los Juegos de Lake Placid de 1932, donde además fue el deportista encargado en pronunciar el juramento olímpico. Podría haber seguido ganando medallas olímpicas en los siguientes Juegos, a celebrarse en la localidad alemana de Garmish-Partenkirchen, pero se negó a ir a un país ya controlado por el nazismo, en 1936. El padre de Jim fue olímpico en los Juegos de Innsbruck de 1964 en dos disciplinas: combinada nórdica y esquí de fondo. Jim Shea Jr., por su parte, se proclamó campeón olímpico en skeleton en los Juegos de Salt Lake City de 2002, 74 años más tarde de que lo hiciera el último estadounidense (también hay que decir que el skeleton volvía justamente en esa edición al calendario olímpico tras 54 años de ausencia).
De niño Jim Shea Jr. fue siempre un inquieto practicante de deportes. La dislexia y dificultades en los estudios le habían hecho concentrarse en el deporte, aprovechando sus habilidades innatas con los deportes de riesgo y velocidad. Al principio se entusiasmó con el hockey hielo, del que se enamoró al ver en directo en los Juegos de Lake Placid 80 al equipo de Estados Unidos en su épica victoria ante la Unión Soviética en lo que se llamó el “Milagro sobre el hielo”. Más tarde se dedicó al bobslegih, pero lo abandonó por el skeleton debido a problemas financieros. Los mismos que le hicieron marchar en 1997 a Europa, en concreto a Austria, para tomar contacto más de cerca con la cuna del deporte que acababa de adoptar. Pero las cosas allí serían duras para Jim. Para poder practicar en la pista de skeleton y realizar bajadas trabajaba en el mantenimiento de las pistas. Dormía donde podía, siempre, siempre, en lugares donde dormían animales. Se alimentaba de pan y perritos calientes y sólo podía permitirse una ducha caliente cada varias semanas. Tenía que hacer auto-stop para trasladarse a las competiciones que tenían lugar. Cuando ya no tenía ni un centavo más llamó a su padre, que tuvo que vender su viejo jeep para mandarle 1.200 dólares. La dura experiencia surtió efecto, pues mientras pudo aprender observando a los grandes de este deporte. Su tesón para ser seleccionado por su país en la vuelta del skeleton a los Juegos Olímpicos terminó con éxito. Además, los Juegos serían en casa. Jim Shea Jr. se ganó el puesto con creces venciendo en el Mundial celebrado en 1999, además de consiguiendo más medallas tanto en la Copa del Mundo como en otros Mundiales previos a los Juegos de Salt Lake City. Aun con eso, no era el favorito para los Juegos.
Los Juegos de Salt Lake iban a ser, en cualquier caso, una celebración para los tres olímpicos de la familia Shea. El abuelo portó la antorcha olímpica en el recorrido olímpico de camino a la capital de Utah. Días más tarde viajó a la sede olímpica para ver entrenar a su nieto. Por otra parte, Jim Jr. había sido elegido, como su abuelo, para realizar el juramento olímpico en la ceremonia de inauguración. Sin embargo todo se empañó exactamente 17 días antes del inicio de los Juegos. El bicampeón olímpico Jack Shea murió a consecuencia del atropello propiciado por un conductor ebrio. Como homenaje hacia su abuelo, Jim Jr. se colocó una foto de él autografiada dentro del casco con el que competiría, así como una tarjeta de su funeral. Si ello le proporcionó un empuje extra nadie lo sabe, pero lo cierto es que consiguió alzarse con el oro, aunque fuera con una exigua ventaja de 0.01 segundos, la mínima posible. Al lograr la victoria el atleta declaró: “Ahora [mi abuelo] puede subir al cielo”. También reconoció haber “sentido la presencia” de su abuelo, lo que le impulsó en las cuatro bajadas. En la ceremonia de premiación subió a lo más alto del podio con la medalla de oro de su abuelo colgada al cuello. Ese mismo año la familia Shea creó una fundación para ayudar a la práctica de deportes de invierno a jóvenes sin recursos y “perpetuar los valores de la perseverancia en las nuevas generaciones”.
Esta inspiradora historia tiene, sin embargo, un final agridulce. Jim Shea Jr. tuvo que operarse pocos meses después de sus victoriosos Juegos. A consecuencia de ello, dejó de participar en pruebas, por lo que perdió su estatus de deportista de élite y las consiguientes becas otorgadas por el Comité Olímpico de Estados Unidos. En realidad, desde su premio de 25.000 dólares por el oro olímpico Jim Shea Jr. no recibió más financiación. Desengañado y descontento con el sistema, que le dejaba fuera pese a haber aportado un oro olímpico a su país, intentó remediar la situación contactando con dirigentes. Éstos le mostraron que no iban a cambiar su sistema por él. Apostaban por el futuro, no por el pasado. Así de duras son las cosas. Con esta situación, Jim Shea Jr. tuvo que retirarse. Ahora se dedica, aparte de la fundación, a dar charlas motivacionales, la lucha contra el bullying y es entrenador de jóvenes promesas. Quién mejor que un campeón olímpico para sembrar la semilla de los valores olímpico entre los jóvenes.