SU LI-WEN: HEROÍNA SIN MEDALLA
El coraje de la taekwondista taiwensa Su Li-wen luchando por una medalla de bronce en los Juegos de Pekín de 2008 no fructificó en la conquista del preciado metal, pero sí le aportó la admiración de todo el mundo. Antes de desvelar qué hizo de destacable esta atleta, sin llegar a subirse al podio, hablemos de cómo llegó la representante de China Taipei a su proeza olímpica.
Li-wen (Su es su apellido) no estaba predestinada por la naturaleza a destacar en deportes. Poseía de niña un débil cuerpo, delgaducha y enfermiza, así que sus padres la llevaron a practicar taekwondo para fortalecerse. Pero su cuerpo contestó una y otra vez con lesiones, que se produjeron desde que tenía diez años. Pese a los obstáculos, Li-wen no desistió nunca. Si la naturaleza no la dotó con un cuerpo atlético sí poseyó siempre un fuerte carácter que le permitió no ceder nunca. Pensaba que sus carencias físicas las tenía que completar con más trabajo y entrenamiento.
Según iba avanzando en sus habilidades en el deporte se iba acercando a su sueño de ser olímpica. Ya en esa época demostró la perseverancia que luego le hizo famosa, cuando insistió en la práctica del taekwondo pese a la insistencia de sus padres, que preferían que lo dejara en favor de una dedicación exclusiva a los estudios. Sin embargo, siguió con el deporte e intentó ser olímpica en Sidney, pero no llegó hasta los Juegos al caer en el torneo clasificatorio ante una taekwondista que había sido ya dos veces medallista olímpica. Su luchó como una jabata, incluso llegó a nublársele la vista durante el combate, lo que le hizo perder concentración. Cuatro años más tarde lo intenta para los Juegos de Atenas, pero el seleccionador nacional prefiere escoger a otra deportista, Chi Su-ju. Entretanto, seguía practicando su deporte favorito y trabajando en tres trabajos a la vez para poder mantenerse. Otra muestra de perseverancia. Ganó, eso sí, en los Juegos Asiáticos de 2006, la Universiada de 2007 y el Campeonato Asiático de taekwondo de 2008.
El esfuerzo por fin dio sus frutos cuando logró ser olímpica en los Juegos de Pekín. Si Li-wen ya tenía el suficiente coraje como para dar todo de sí misma en la que, suponía, iba a ser su única experiencia olímpica (tenía entonces 28 años), aún más tuvo al diagnosticarle en esa época a su padre un cáncer terminal. Tenía que ganar por él, para que estuviera orgulloso de ella. Necesitaba imperiosamente una medalla que dedicar a su padre. Llegó hasta el combate por la medalla de bronce. Todavía estaba en su mano acceder al podio. Se enfrentaba a la croata Martina Zubčić, con la que llegó a un empate a cuatro tras los primeros tres rounds. El round final iba a ser determinante, que se definiría por un punto decisivo. Lo consiguió la croata, pero lo que ha quedado para la historia fue la lucha de la taiwanesa. Su Li-wen estaba lesionada en su cuello. Los médicos, ya antes del encuentro, la habían recomendado no competir, pero eso era inconcebible para ella. También se lesionó en una pierna, sobre la que apenas pudo descansar su peso durante el combate por el bronce. Todo el tiempo sufrió dolores. Se cayó hasta en once ocasiones, pero siempre se levantaba. Encontraba muchas dificultades en levantar uno de sus pies y apoyarse en el otro, algo fundamental en su deporte. Del dolor que tenía apretó tanto el protector bucal que lo rompió y se hizo sangre. En un momento dado, su cara mostraba una clara agonía, tumbada sobre el tatami, así que el árbitro quiso acabar con el combate, pero ella continuó luchando. Para entonces ya se había ganado el apoyo de todos los espectadores -y de la prensa internacional-. Como dijimos, no ganó, incluso salió seriamente lesionada, llevada en brazos por su entrenador directamente al hospital. Padecía lesión en el ligamento del cuello y fractura en el pie. Todos se admiraron por su capacidad de lucha, aunque ella únicamente respondió: “Simplemente he hecho todo lo que he podido, como lo hacen siempre todos los atletas”. En realidad Li-wen quería lanzar un mensaje a su padre enfermo: “lucha como yo lo hago”.
No ganaría la medalla pero sí el respeto y la admiración de todos. El presidente de su nación la llamó por teléfono alabando su coraje y perseverancia, destacando la ejemplar deportividad mostrada. “que vale más que cualquier medalla de oro”, dijo. También telefoneó a su padre para decirle lo orgulloso que se sentía el país por su hija y para que siguiera animando a su hija en su carrera como taekwondista, al ser tan luchadora.
Ahora Su Li-wen se considera una afortunada por haber podido encontrar trabajo relacionado con el deporte, dando clases en la Universidad Nacional de Taiwan, oferta que le llegó –junto a otras muchas- a raíz de su heroicidad en Pekín 2008. De gestos como el de ella se enriquece la historia olímpica.