GERTRUDE EDERLE, LA CAMPEONA OLÍMPICA PIONERA EN CRUZAR EL CANAL DE LA MANCHA
Aunque llegó a ser campeona olímpica Gertrude Ederle fue aclamada con un multitudinario recibimiento en las calles de su Nueva York natal por otra hazaña, más de índole aventurera que deportiva: fue la primera mujer que cruzó a nado el Canal de La Mancha. Pero repasemos la vida de esta hija de emigrantes alemanes hasta llegar al momento cumbre de su vida.
La natación le llegó a Gertrude Ederle de forma casual y la misma natación acabaría provocando su sordera. Unamos dos acontecimientos esenciales en su vida: cuando, con cinco años sufre un sarampión que le deja secuelas en el oído y otro, cuando en una excursión familiar cae a un lago del que tiene que ser rescatada y afirma, convencida, que sería la última vez que alguien la tuviera que sacar del agua. Mientras ve cómo sus hermanos disfrutan de la natación en la piscina de casa, la niña Gertrude pide aprender a nadar. La madre consiente y la inscribe en un prestigioso club de Manhattan, el WSA, asociación estrictamente para mujeres de la que formó parte, entre otras, Esther Williams.
A los quince años Gertrude ya bate récords absolutos y gana su primera carrera de prestigio, la Joseph P. Day Cup. Ya se ha convertido en “Baby Water”, como la bautiza el público de su país. De los récords nacionales pasa al nivel de establecer marcas mundiales en pocos meses. Inevitablemente acude, pues, a la cita olímpica en ciernes: los Juegos de París de 1924, a los que viaja ya como gran favorita. Irónicamente, dichos Juegos supondrían la mayor decepción en la vida de Ederle. Y todo por fallos logísticos. Eran otros tiempos y otra moral y el París de los años 20 del pasado siglo estaba plagado de “tentaciones” para las jóvenes. Las componentes femeninas del equipo de Estados Unidos son alojadas en un hotel muy lejano del lugar de las competiciones. Son, así, decenas de kilómetros diarios los que tiene que recorrer Gertrude de las instalaciones al hotel y viceversa. Eso paga en el cansancio y, de esta manera, la joven neoyorkina se tiene que conformar con dos bronces individuales, aunque sí logra subirse a lo más alto del podio en la prueba de relevos de 4×100 libres.
Su acercamiento a la natación cambia a su vuelta de los Juegos y se dedica, básicamente, a batir récords y a pasarse a las grandes distancias. Gertrude ahora nada en el mar, exhibiéndose en competiciones fuera del circuito oficial que le reportan dinero. Ha dejado de ser amateur y se dedica ya profesionalemente a la natación. Adiós, pues, a más aventuras olímpicas. La aventura la encuentra ahora en las aguas abiertas, como la carrera en la bahía de Manhattan que disputa en 1925 superando la mejor marca masculina. Pero eso se le queda pequeño y quiere aventurarse en las lejanas aguas del Canal de La Mancha. La Asociación De Natación Femenina le patrocina su sueño de ser la primera mujer que lo cruce.
El primer intento de Ederle se malogra por un malentendido con el que entonces era su entrenador. En un momento de descanso Gertrude se tumba boca abajo en el agua. Creyendo que se ahogaba el entrenador manda rescatarla, con lo que anula toda posibilidad de homologación de la hazaña. Pero Gertrude no se rinde. Su segundo –y definitivo- intento es de esos épicos que causan admiración. Gertrude le pide ayuda a su hermana previamente para que ésta le diseñe un bañador cómodo, que no le pese en el agua. Será un dos piezas, algo impensable para la época. Usaba también gafas de motociclista para proteger sus ojos del agua salada. Apoyada en todo momento por su padre y su hermana, que la leen a gritos los telegramas de apoyo de su madre, Gertrude lo llega a pasar mal debido a las tormentas con las que se cruza. Las mareas, el viento, las tormentas la desvían mucho de la trayectoria planeada. Tanto, que recorre 56 kilómetros en lugar de los 34 pensados. Más tarde la neoyorkina reconocería que “nadaba sólo para sobrevivir”, pero logra completar la hazaña tras 14 horas y 34 minutos, habiendo empleado una hora para recorrer los últimos 600 metros. El primero en felicitarla fue un funcionario de inmigración británico que le requirió el pasaporte.
“Baby Water” es aclamada en su regreso a casa. Ni más ni menos que dos millones de personas se reúnen para agasajarla. Hasta el presidente la recibe. No solo se había convertido en la primera mujer en completar a nado ese recorrido, sino que había mejorado la mejor marca mundial en dos horas menos un minuto, realizada por un hombre, naturalmente.
Años más tarde llegaría la sordera definitiva de Ederle, como habían vaticinado los médicos y, lo que es peor, a consecuencia de una caída en unas escaleras que le afectó la columna los galenos esta vez dijeron que no volvería a andar. Se equivocaron. Desconocían la constancia de Gertrude, la cual, como no cabía esperar de un personaje de su calado, volvería a andar. El resto de su larga vida –vivió hasta los 98 años- lo dedicó a enseñar a nadar a niños sordos.