ALINA KABAEVA, ESA GIMNASTA DE RÍTMICA QUE ADMIRÓ AL MUNDO CON SUS CUALIDADES FÍSICAS
A grosso modo se pueden distinguir en la gimnasia rítmica dos estilos: el más clásico que prima la parte artística y otro más vivaz y atlético, claramente basado en la flexibilidad y uso (a veces hasta abuso) de las cualidades corporales, más que de las del aparato. Y si de flexibilidad hablamos hemos de citar entre las primeras, primerísimas gimnastas, a la rusa Alina Kabaeva. Rusa en realidad nacida en Tashkent, Uzbequistán, pero trasladada desde muy pronto a Rusia para ponerse en las manos de una de las mejores entrenadoras de este deporte: Irina Viner. Nos puede gustar más o menos el estilo de esta que fuera gran gimnasta rusa, dotada de desparpajo y de una gran sonrisa que, unidas a sus habilidades físicas que rayaban el contorsionismo, atrajeron la atención de muchos no iniciados a ese deporte.
Kabaeva fue durante años una gran campeona, coleccionista de medallas. Podríamos estar hablando de ella como récordwoman de títulos, sobre todo olímpicos, pero su carrera se torció en dos ocasiones. Lamentables las dos causas, pero muy diferentes una de la otra. La primera tuvo lugar en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, cuando Alina falló estrepitosamente siendo la máxima favorita. Venía de ganarlo todo en los años previos, pero el aro se le escapó fuera del tapiz y su correspondiente sanción en la puntuación total pesó demasiado. Alina fue entonces sólo bronce, pobre bagaje para la “reina de la rítmica” del final del milenio.
El nuevo siglo XXI siguió sin aportarle buena fortuna a Kabaeva. El nuevo traspiés, esta vez de índole bien distinta y del que nunca sabremos si la propia gimnasta tuvo algo que ver o fue la mayor víctima, se produjo cuando fue desposeída, entre otros, de un campeonato Mundial –el de Madrid de 2001- al dar positivo por dopaje. Su entrenadora, quién sabe si ignorante o culpable real del caso, adujo que Alina, como el resto de las gimnastas que entrenaba, tomaban un suplemento dietético para el síndrome premenstrual. Ello no fue el causante del positivo, sino un diurético que según Viner compró la fisioterapeuta en una farmacia local durante los Juegos de la Buena Voluntad de 2001 que se disputaron en Brisbane, Australia. Al parecer el medicamento no era el habitual, dando positivo el nuevo producto. Pese a las explicaciones no se restituyeron los títulos a su discípula.
Pero el mayor momento de gloria para Kabaeva estaba aún por llegar, tenía que llegar y llegó. Fue en la siguiente cita olímpica, la de Atenas 2004, donde por fin la lógica se impuso y Kabaeva salió con el oro al cuello, una medalla que le estaba esperando desde hacía cuatro años.
Es triste seguir hablando de las sombras más que de las luces de una gimnasta poseedora de un carisma arrollador y, desde luego, de unas características físicas que la hicieron llegar hasta donde llegó, pero la vida profesional y personal de la ex campeona olímpica tras su retirada borra en parte esa imagen que teníamos de ella. Para empezar, durante seis años ha sido diputada rusa del partido oficialista de Putin Rusia Unida y ha apoyado leyes tan polémicas como la que veta a los homosexuales en ciertos campos. La polémica se ha agrandado al ser nombrada para dirigir un imperio mediático absolutamente pro Kremlin y sus políticas anti ucranianas, entre otras cosas. Una serie de grandes medios de comunicación que han sido criticados por la propia Unión Europea. Y todo esto con la escasa experiencia de ser la cara de alguna que otra tertulia televisiva informal. Y es aquí donde llegamos al quid de la cuestión y causa de su mayor polémica: pese a no haber confirmación alguna oficial, medios de todo el mundo afirman que Alina Kabaeva se casó en secreto con Vladimir Putin, justo después de que éste se divorciara de su primera esposa. Ausencias relativamente largas de ambos al extranjero en las supuestas fechas de los partos de dos niños de Kabaeva dispararon los rumores. Extraño final para una campeona olímpica –una de las encargadas de portar la antorcha olímpica de los Juegos de Sochi, por cierto- que deleitaba y admiraba a propios y extraños durante los años de su carrera, brillante pero con sombras y que podría haber llegado, incluso, a cotas más altas. Pero acabamos con una luz entre las sombras de la vida postolímpica de Alina: creó una fundación que lleva su nombre para ayudar económicamente a gimnastas con talento de la vasta Rusia sin acceso a buenos entrenadores para trasladarlos a Moscú y allí poder desarrollar todo su potencial.