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LA TRAVESÍA DE BRASIL PARA PARTICIPAR EN LOS JUEGOS DE LOS ÁNGELES 1932: OLÍMPICOS VENDIENDO CAFÉ

Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932. Otros tiempos, sí, pero tan duros o más –económicamente hablando- como los actuales de crisis. En la década de los 30 del pasado siglo padecían la gran crisis del crack de la Bolsa del 29 que, como ahora ocurre, arrastró a los países occidentales durante años. La Gran Depresión y la lejanía –recordemos que aún no estaban generalizados los viajes en avión- hizo que el número de países presentes en esos Juegos se redujera, especialmente los procedentes de Europa. Ahora leemos sobre los problemas financieros que tuvo –aún tiene- Río de Janeiro para costear sus Juegos Olímpicos en 2016. En la edición de Ámsterdam 1928 Brasil no pudo permitirse enviar a ningún representante por el coste del viaje, así que en 1932 el país amazónico se conformaba con llevar una delegación a la cita californiana, visto que se celebraba, y eso ya era algo, en el mismo continente. Pero Los Ángeles seguía estando lejos, a miles de kilómetros, y el viaje en barco hasta allí obligaba a la expedición brasileña a cruzar por el canal de Panamá, con el coste que ello implicaba. Un gasto demasiado grande. Si a eso le unimos la inestabilidad en el país debido a una revuelta que tuvo lugar en el estado de Sao Paulo tenemos a una nación necesitada de alguna alegría. ¿Qué mejor que algún éxito olímpico para hacer olvidar, aunque sea momentáneamente, a la población su triste situación? Había que ir a los Juegos de Los Ángeles como fuera, literalmente.

No había presupuesto para el traslado de los deportistas, pero la necesidad económica agudiza el ingenio, así que Brasil dio con una solución: ¿por qué no costear el viaje vendiendo café autóctono, el principal producto brasileño? Lo más curioso es que el café lo tendrían que vender, in situ, los propios deportistas, tanto en los puertos donde irían atracando en su recorrido como en el destino final. Al fin y al cabo se trataba de un producto apreciado y que seguramente encontraría compradores en la rica Estados Unidos sin muchos problemas. No fue así.

Ya la travesía fue quasi esperpéntica. Las cifras varían entre sesenta y pico y ochenta y pico deportistas trasladados, no pudiendo entrar más por falta de presupuesto. Eran  todos hombres menos una mujer, Maria Lenk (sí, la que daría nombre a la piscina olímpica de Río 2016), nadadora que tuvo el honor en esa cita olímpica de convertirse en la primera nadadora sudamericana en participar en unos Juegos Olímpicos. Eso sí, los directivos, paradójicamente más numerosos que los propios deportistas, viajaban en unas más que aceptables condiciones, a diferencia de los atletas. El buque Itaquicé tuvo una larga y trabada travesía, pero casi más preciado que sus pasajeros deportistas, futuros olímpicos, era la carga que transportaba en su bodega: 55.000 sacos de café.

Tras casi un mes de viaje el navío brasileño llegó a su destino. Entre medias pasó por su momento más crítico en el canal de Panamá. Para no pagar la alta tasa, el Itaquicé fingió ser un barco militar, simulando llevar dos cañones. Las autoridades panameñas no cayeron ante el engaño, así que a los sudamericanos les tocó pagar el doble de tasa. Al llegar al destino final siguieron los problemas: cada persona que desembarcara tenía que pagar una tasa, de un dólar por cabeza. Como no había para todos casi una veintena de deportistas no pudo poner pie a tierra. Se optó por que bajaran los que tenían mayores posibilidades de un mejor resultado, así como el equipo completo de waterpolo. Los que pudieron bajar a tierra tenían la misión de vender el café que transportaba el Itaquicé. Lo que ocurrió es que Estados Unidos también padecía los efectos de la Depresión y no fue tan fácil encontrar compradores. Más bien lo malvendieron, no llegando nunca a la cifra previamente planeada. Con lo vendido unos veinte deportistas pudieron bajar a tierra, tras pagar el dólar de tasa aduanera.

Nos vamos a centrar con lo que ocurrió con la selección brasileña de waterpolo. Más les hubiera valido a las autoridades brasileñas no haber pagado las tasas por sus jugadores, porque provocaron la deshonra nacional partido tras partido. No contentos con perder por goleada sus encuentros, fueron descalificados de la competición por su mal comportamiento. Llegaron a agredir a un árbitro, al que persiguieron hasta su vestuario (ya se sabe: que si has arbitrado en mi contra, que si…) y, no contentos, tiraron al agua a todo un directivo de la Federación Internacional de Natación. Tanta travesía turbulenta y tanto esfuerzo en vender café para sufragar a una selección semejante…

El Itaquicé que trasladó a la delegación brasileña

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