Uncategorized

BRAD LEWIS: EL ORO QUE SALVÓ AL REMO DE ESTADOS UNIDOS EN LOS ÁNGELES 84

Brad Lewis no estaba destinado a competir en unos Juegos Olímpicos. Es más, no estaba destinado a entrar en la élite de su deporte, el remo. Nacido y criado en California lo tenía más que difícil para entrar en el restringido círculo del remo estadounidense, limitado a la zona noreste, entre las universidades que se sitúan a las orillas del río Charles. Todos los integrantes de la escuadra de Estados Unidos para competir internacionalmente pertenecían a esa zona. Lewis era claramente un outsider. Le tocó vivir como deportista una época difícil: demasiado joven para competir en los Juegos de Montreal 76, impedido de hacerlo en los de Moscú 80 debido al boicot y con una responsabilidad inmensa para representar a su propio país en los de Los Ángeles 84.

La papeleta que tenía Harry Parker, seleccionador de EE.UU. para decidir los remeros que iban a competir en casa era de órdago, pues se juntó una generación en la que cualquiera de ellos podría haber representado a su país más que dignamente. En el cuatrienio olímpico previo a Los Ángeles todo fueron especulaciones sobre quién de ellos tendría el honor de competir en la prueba más preciada: la individual de scull. El grupo lo componían Tiff Wood, John Biglow, Joe Bouscaren, Charles Altekruse y el propio Brad Lewis. La mayoría de ellos había decidido, por edad, retirarse tras los Juegos, así que en Los Ángeles 84 habían puesto todas sus esperanzas de ser campeones olímpicos –y, en algunos casos, incluso de ser olímpicos por primera vez en su vida-.

La lucha, casi fratricida, entre ellos por buscar un puesto, EL puesto, cobró vigor pocos meses antes de la decisión final. Brad Lewis finalmente no sería el elegido. El californiano había viajado hasta Montreal 76 como espectador con el convencimiento de que no vería más Juegos Olímpicos en el continente norteamericano. Quería ver con sus propios ojos de cerca a los mejores remeros del mundo. Por tres dólares consiguió una entrada de pie para ver la final del single scull. Pero para 1984 había llegado su momento, dinamitado por la decisión de Parker eligiendo a John Biglow en la prueba individual. Sin embargo, aunque enfadado en un principio por dicha decisión, no todo estaba perdido para Lewis. Sus posibilidades de ser olímpico dieron un giro de 180º cuando fue elegido para competir en el doble scull, junto a Paul Enquist. Nunca habían competido juntos. Mientras otros equipajes lo habían hecho al menos en un centenar de ocasiones ellos constituían un binomio insólito, claramente compuesto para contentar a la fuerte competencia en la categoría individual, en vez de haber creado una pareja de garantías que entrenase junta desde muchos meses previos a la cita olímpica.

Lewis y Enquist poseían un carácter totalmente opuesto. Tanto es así que tomaron una decisión nada habitual: no compartirían dormitorio desde las semanas previas a los Juegos. La distancia caracterial entre ambos era tal, que compartir demasiadas horas juntos podría empeorar la relación, algo que podría influir negativamente en la compenetración necesaria para el doble scull. En la concentración previa a la cita olímpica Brad Lewis se había centrado en motivar a su compañero. En una pizarra colocada donde entrenaban cada día había escrito: “Nadie puede vencernos”. El mismo lema lo escribió con spray en un lienzo gigante antes de los trials, o pruebas clasificatorias nacionales. También le regaló un tiburón inflable con el lema escrito de “Estate hambriento”.

El equipo de Estados Unidos se había centrado en la lucha por saber quién estaría al frente del asiento de la embarcación individual. Al final, tanto esfuerzo quedaría en nada, pues Biglow sólo pudo alcanzar el cuarto puesto. Nada de himno estadounidense en casa ni tan siquiera podio ante el público local. En contrapartida, Lewis y Enquist lograron dar la gran –y agradable- sorpresa a los californianos que fueron a ver la final del doble scull. Era la primera vez que Brad Lewis competía en aguas cercanas a su casa (vivía a pocos kilómetros). Siempre hubo de desplazarse a la zona del río Charles para las concentraciones y campeonatos nacionales. Nadie daba un duro por el insólito dúo. Además, la relación entre el entrenador Parker y Lewis podría calificarse hasta de pesadilla. En el remero seguía habiendo resentimiento por no haber sido elegido para la prueba individual, mientras que el entrenador pensaba que Lewis podría dar más de sí. En la final del doble scull sí que mostraron compenetración absoluta Lewis y Enquist. Entre ellos hablaban con palabras clave para ahorrar esfuerzo al mismo tiempo que se daban instrucciones. Lewis le iba diciendo a su compañero una serie de palabras que significaban mucho para ellos: “Zelanda” fue la primera y se refería a que se sentara más en alto y estirado en el bote, al estilo de los remeros de aquél país. Más tarde la instrucción que le dio fue “Alemanes del Este”, en referencia a que se sentara aún más alto, al modo de los remeros de esa nación. Cuando faltaban una veintena de paladas para el final de la carrera ya vieron que alcanzaban al equipaje belga, que se había adelantado desde el principio: “Ya les tenemos”, fue lo que le gritó Lewis a Enquist. Ganaron la carrera y, por tanto, el oro olímpico por 1.5 segundos. Había sido tan solo la novena carrera en la que habían competido juntos. Para Lewis iba a ser incluso algo más especial, al ganar delante de todos los suyos.

Tras los Juegos Brad Lewis se especializó en conferenciante motivacional pero fue de los pocos que no abandonó el remo tras Los Ángeles 84. Su objetivo ahora era competir en la prestigiosísima Copa Henley en la embarcación individual al año siguiente. Escribió también varios libros, todos en torno al mundo del remo y realizó documentales sobre su deporte. Quería mostrar al mundo lo que él llamó el “asalto al lago Casitas” (el escenario del remo en Los Ángeles 84). Su medalla de oro acabó descolorida y con aspecto de usada. No es de extrañar, porque Lewis se encargó de que 1.343.675 niños escolares la pudieran tener entre sus manos. Porque según Brad Lewis “una medalla de oro guardada en una caja es una completa pérdida”. Por cierto, el espíritu olímpico de Brad Lewis continúa con los años: no se ha perdido ninguna edición olímpica in situ desde la edición de Montreal, adonde fue con cuatro duros cuando tenía 18 años.

2 Comentarios

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *