BORIS ONISHCHENKO: LAS TRAMPAS DE UN CAMPEÓN OLÍMPICO
La historia de los Juegos Olímpicos está repleta de héroes campeones y de perdedores, pero los villanos no suelen abundar y, mucho menos, los tramposos. Los tramposos habituales del deporte son los dopados, pero hacer engaños ante los jueces eso ya es otro cantar que, afortunadamente, escasea. Por eso cuando se producen esas trampas son tan sonadas. Porque el caso de Boris Onishchenko tiene tela.
El ucraniano, representante de la entonces Unión Soviética en pentatlón moderno, ya había competido en dos Juegos Olímpicos cuando cometió su treta en los de Montreal 76. Y lo curioso es que mucha falta no le hacía, teniendo en cuenta su alto nivel competitivo. El soviético había ganado la plata en la competición por equipos en México 68 y venía de ganar el oro en la edición anterior, la de Múnich 72 –igualmente por equipos-, así como la plata individual en esos mismos Juegos disputados en la capital bávara. Asimismo, sus medallas en campeonatos Mundiales y Europeos enmarcaban un palmarés envidiable. ¿Qué necesidad de arriesgar la descalificación y ser defenestrado?
El caso es que Onishchenko se arriesgó…y perdió. Como se sabe, el pentatlón moderno se compone de cinco pruebas: esgrima, natación, saltos de hípica, carrera y tiro. El la prueba de esgrima los contendientes se enfrentan todos contra todos, sumando puntos en cada enfrentamiento cada vez que la punta de la espada tocaba ciertas partes concretas del cuerpo del rival. El ucraniano había colocado un artefacto electrónico en la empuñadura de su espada (en la llamada cazoleta) el cual, unido a su mano, activaba con ésta cada vez que se acercaba al cuerpo del rival, aunque no llegara al toque. Con una leve presión de un botón escondido tras un trozo de cuero, el punto subía a su marcador. Es decir: un auténtico artilugio largamente pensado, ideado, creado y realizado y, por descontado, nada improvisado.
Dio la casualidad de que sus primeros contendientes pertenecían al mismo país: Gran Bretaña. Si su primer rival (y víctima), Adrian Parker, ya se extrañó sobremanera de los toques que él no sintió, las sospechas aumentaron con su siguiente contrincante, Jim Fox. Ante las protestas del británico los jueces intervinieron, requisándole la espada al soviético. Descalificado, supuso la deshonra de su propio equipo, hasta el punto de que los jugadores del equipo soviético de voleibol amenazaron con tirarle por una ventana por su conducta vergonzosa. La amenaza era tan seria que tuvo que abandonar la villa olímpica de noche y rodeado de oficiales.
La trampa le costó más cara de lo que esperaba, pues no olvidemos que por esa época la política en su país tenía unas connotaciones que, utilizando un eufemismo, le costarían caras por la mancha producida al deporte y a la nación soviéticas. Al volver a su país la primera medida, por de pronto, fue expulsarle del ejército, al que pertenecía. Además de la correspondiente multa (que ascendió a 5000 rublos, una cifra muy alta para entonces), recibió la reprimenda pública del mismísimo Breznev. También fue desposeído de todos sus honores deportivos; así se las gastaban en el deporte soviético en aquellos tiempos. Se llegó a decir que fue castigado aún más duramente, enviándolo a trabajar a unas minas de sal en Siberia, dato que no está comprobado. Onishchenko, en cualquier caso, cometió un craso error. Perdió mucho más de lo que podría haber ganado. Algo que se ganó fue un apodo: el de DisOnishchenko (algo así como deshonesto). Por cierto: su acción provocó un cambio en la reglamentación para evitar algo similar en el futuro.