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GIBA: «CUANDO ERES CAMPEÓN NO QUIERES PERDER NUNCA MÁS»

Si nombro a Gilberto Amauri de Godoy Filho es bastante probable que ninguno de ustedes sepan a qué deportista me estoy refiriendo. Quizá sugieran que se trata de un futbolista brasileño más. Acertarán en su nacionalidad pero no el deporte del que ha sido auténtica estrella. Si digo que era conocido por el sobrenombre de Giba ya habrá quien acierte que se trata de una leyenda del voleibol, al que ya dedicamos una entrada contando no solo sus logros sino, lo que tuvo incluso mayor mérito, las penalidades que sufrió en su vida, que más tarde comentaremos.

Charlamos con Giba para que nos contase, en primer lugar, su amplia experiencia olímpica, que abarca cuatro ediciones y tres medallas. Pese a que en la primera no consiguiera ninguna medalla guarda un recuerdo más que especial de ella: “Jugué mis primeros Juegos Olímpicos en Sídney, donde conseguí con Brasil el sexto puesto. Estar en unos Juegos Olímpicos siempre es increíble. En esa mi primera ocasión fue como estar en el Disneyland del deporte. Me encontré allí con leyendas como las de Federer o Nadal. Por aquel entonces tenía 24 años y era cumplir el sueño de ser deportista olímpico. Seguí mi sueño y nunca pensé en ganar unos Juegos Olímpicos, sino en luchar para estar en ellos. Todos los que están ya en unos Juegos son ya campeones, ya que en el mundo existen miles de personas y apenas pocos miles en los Juegos Olímpicos”.

Tras el cumplimiento de ese sueño olímpico -en el que aún ni se imaginaba pisando el escalón más alto de un podio- llegó la culminación de ese sueño de la mejor de las maneras: “Para los siguientes Juegos, los de Atenas, ya ganamos el oro. Después de que ganáramos el Mundial de 2002 que se disputó en Argentina nos convertimos en favoritos para ganar los Juegos. Cuando estás en lo más arriba, cuando consigues ganar algo importante, sientes que ya no quieres perder nunca más. Todavía estuve en dos citas olímpicas más, las de Pekín y Londres, y en ambas conseguí la plata”.

A Giba le tocó en suerte convivir con una generación prodigiosa de jugadores brasileños. En ocasiones ejerció en la selección de veterano dando consejos a los más jóvenes y en otras fue él mismo parte integrante de esos jóvenes. Giba nos confiesa que en la primera época de éxitos de la selección brasileña les tocó realizar una labor con la afición: “Los jugadores de mi generación en la selección brasileña tratamos de ofrecer nuestro conocimiento para entender cuál es la forma correcta de ser un campeón. Mostramos al público la pasión por el deporte. Cuando murió Ayrton Senna, el mayor ídolo deportivo de mi país, intentamos aportar a la afición local alegrías en el deporte y los aficionados brasileños vieron -por televisión- cómo competíamos felices de representar a nuestro país. También ayudó que empezamos a ganar, lo que creó aún más afición”. En efecto, si ahora nos parece que el voleibol brasileño además de ser uno de los deportes más populares del país siempre ha sido exitoso hemos de decir que no siempre fue así y que Giba, junto a destacados compañeros de su selección, sentó las bases del potente equipo que lleva siendo años. Al respecto también confiesa: “Cada ciclo olímpico es diferente porque cada uno tiene una nueva generación jugando. Los ‘veteranos’ usamos trabajando y usando nuestra mentalidad para influir en los jugadores jóvenes. Me siento orgulloso de haber estado presente en tres finales olímpicas”.

De entre sus cuatro experiencias olímpicas, el brasileño tiene claro cuál fue su favorita: “He de confesar que mi mejor experiencia en unos Juegos Olímpicos fue la de los de Atenas disputados en 2004 porque ganamos el oro y yo fui nombrado el MVP. Además mi primera hija nació en medio de los Juegos, así que todo eso hizo que esos días fueran muy especiales para mí. Pero si me preguntas cuál fue el campeonato más importante en mi vida fue en 1993 porque gané la primera medalla de mi carrera: el oro del Mundial sub 17”.

Toca hablar de su infancia, que pasó en una favela con imagínense qué condiciones. Pero aun con todo, eso no fue lo peor, sino una leucemia que padeció a los cuatro meses de edad, leucemia que superó. Más tarde, con once años tuvo una grave caída de un árbol por la que le tuvieron que poner 150 puntos en un brazo: “Todo lo que sufrí en mi niñez me hizo más fuerte, no solo en el deporte, sino en la vida en general”, nos confiesa. Y no se ha olvidado de los que padecen lo que él sufrió, al contrario, sino que está inmerso en proyectos de apoyo a niños que sufren el cáncer, en campañas de protección contra el cáncer, etc.: “Cuando me convertí en alguien famoso en Brasil y en el resto del mundo esto supuso una responsabilidad hacia las personas que tienen el mismo problema que tuve yo. Tenemos que devolver lo que se nos ha dado. Toda mi vida he tenido esta responsabilidad y realmente doy gracias a Dios por mi vida”.

El exjugador nos confiesa que “nuestro mayor rival éramos nosotros mismos”, una selección brasileña compuesta por unos miembros que sentían que formaban “una auténtica familia. Después hemos visto cómo crecíamos, cómo nos casábamos, cómo teníamos hijos. Los que fueron mis compañeros forman parte de mi vida”.

Antes de despedirnos nos repite una frase que podría funcionar como lema y que posiblemente ayudó a que ganaran tanto y tanto (no incluimos la larguísima lista de medallas ganadas con su selección porque sería abrumador y demasiado extenso) a nivel internacional: “Cuando eres campeón no quieres perder nunca más”.

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