PAOLO PIZZO: DE VENCER UN TUMOR A VENCER EN LA ESGRIMA
Empezaremos esta historia por el medio: el italiano Paolo Pizzo (futuro medallista olímpico) tiene todavía trece años cuando empieza a tener momentos de ausencia. El pequeño Paolo piensa que son debidos al cansancio o al estrés físico por practicar muchos deportes, pero las crisis se suceden con cada vez mayor frecuencia. Practicante de esgrima, llega a tener que pausar en un duelo durante unos 15 segundos porque sus músculos no le respetan, pero nadie se da cuenta. Paolo esconde lo que le está pasando. Hasta que llega una mañana en la que, desayunando con su hermana, se cae (mucho más tarde descubrió que fue su primer crisis epiléptica). A partir de entonces dormía en el suelo porque temía caerse y no quería que sus padres se enteraran. Otros síntomas que sufre es sentir la lengua como un cuerpo extraño, enorme y que no controlaba. Cada vez le costaba más recuperarse de las crisis. Paolo estaba sufriendo además un infierno psicológico.
Pero un día tuvo una crisis delante de una de sus tías y ya no le quedó más remedio que ir al médico. Éstos le descubrieron un tumor en la cabeza el cual, al empujar la caja craneal, le provocaba crisis epilépticas, afectando a la zona cerebral de las actividades motoras. Como Paolo practicaba deporte intensamente -venía de una familia de deportistas destacados en esgrima y voleibol, siendo su abuelo uno de los pioneros del deporte de la espada- , le agudizaba los síntomas, pero eso fue lo que hizo que se le descubriera la enfermedad.
Por entonces Paolo tenía ya 14 años y, como es natural, tenía mucho miedo. Ante eso su padre le inculcó el siguiente mensaje: “Levanta la cabeza y lucha”. A Paolo le operaron abriéndole la cabeza; era una operación tan delicada que los médicos le gritaban si tragaba saliva porque podría mover el punto donde operar. Al despertarse además de un inmenso dolor de cabeza y un centenar de puntos estaba tan hinchado que apenas podía abrir los ojos.
El postoperatorio no dejó tranquilidad a los Pizzo, pues los médicos no se ponían de acuerdo sobre si el tumor había desaparecido del todo o no, si era benigno o no. Sus padres gastaron dinero en viajes a otras ciudades de Italia, en pruebas médicas, en segundas opiniones, en hospitalizaciones, en fin, lo que fuera para tratar de curar a su hijo. Por fin llegó una llamada: no quedaba nada del tumor. Lo que le han quedado a Paolo son secuelas psicológicas. Hoy en día se sigue asustando cuando tiene dolor de cabeza.
Avanzamos un poco en el tiempo para encontrarnos a un Paolo Pizzo campeón mundial de esgrima en la modalidad de espada. “No es momento para celebraciones”, le dijo su entrenador, el cual pensaba ya en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Porque Paolo Pizzo acababa de ganar el Mundial disputado en su propia ciudad, Catania (Sicilia) en 2011 siendo antes apenas un desconocido. Y fue en la rueda de prensa posterior en la que reconoció su enfermedad, esa que había ocultado a su club deportivo de la Aeronática militar por temor a no ser admitido.
Paolo Pizzo empezó no obstante en el florete antes de pasarse a la espada, la que le daría los éxitos. Y antes de eso practicó el volley, que le serviría más tarde en la esgrima para leer los movimientos e intuir la trayectoria desde la postura del cuerpo y de las manos del rival. A Paolo al principio incluso le disgustaba la espada, la veía como en boxeo los pesos máximos. Le aburría, mientras que le apasionaba la espectacularidad del florete, pero los combinaba para que no se enfadara su padre, espadista. Al cambiar de club y enseñarle su nuevo maestro que en la espada no solo se defiende pasó a gustarle y abandonó el florete.
Pese a los buenos resultados que fue cosechando no acababa de entrar en la selección nacional. Sí, le llamaban, pero simplemente para hacer de sparring de otros. Al menos la Aeronáutica le pagaba viajes para que pudiera competir en la Copa del Mundo. Por fin llegó el momento de su entrada en la potente selección italiana, pero ese día no llegó hasta que tuvo 27 años y pudo participar en su primer Mundial, aunque aún no contaban con él para la competición por equipos, por lo que llegó a pensar en la retirada.
Van pasando los años, las competiciones y las lesiones -que nunca faltan a la cita-, y llega a los Juegos de Londres como número 3 del mundo. Le parecía estar viviendo un sueño en la villa olímpica, se sentía como un niño sin dejar de sentir tensión, tanta como para pasar la noche de la víspera en el baño, con mal de estómago. Llegó hasta cuartos de final, donde se enfrentaría al venezolano Rubén Limardo, con el que tuvo un combate durísimo con fases alternas. Fue la jornada perfecta del sudamericano, quien hizo claudicar al campeón del mundo.
Quedarse a un paso de la medalla fue un pensamiento pesado que sobrevoló por la mente de Pizzo durante mucho tiempo. Le costaba reponerse mentalmente de tan dolorosa derrota y lo que le esperaba era un panorama negro: quirófano, ninguna final el año siguiente, pensamientos de retirada…Le costaría dos largos años reponerse de su resultado en Londres 2012, hasta que ya en 2014 volvieron las medallas en grandes campeonatos internacionales.
Había que pensar en la siguiente cita olímpica de Río y la clasificación no estaba precisamente a la mano del equipo italiano. Los malos resultados llevaron incluso a peleas entre los componentes del equipo hasta que la inclusión de un neuropsiquiatra excampeón de espada en el equipo en funciones de coach mental cambió el ambiente. Por fin reinaba un espíritu de equipo. Los seis meses previos a Río Paolo vivió concentrado al máximo, como un monje tibetano incluso, con el fin de no repetir los errores cometidos en Londres. Pese a ello cae en dieciseisavos de final en el torneo individual pero aún quedaba la competición por equipos, del que ya llevaba un tiempo siendo parte integrante. Durante los días previos fue fundamental la preparación mental que llevaron a cabo todos. Uno de los curiosos métodos utilizados por el coach mental fue recluirlos a todos en un cuarto y forzarlos a desfogarse, incluyendo gritos e insultos, los cuales fueron transformados en energía positiva. Como fundamental fue hacerles comer un día en Casa Italia con un grupo de niños autistas, lo que les hizo encontrar equilibrio y serenidad. Finalmente Italia se hizo con la plata, un resultado absolutamente impensable pocos meses antes. Según Pizzo tuvieron el error de alegrarse en demasía tras las semifinales e ir contentos a la final, en lugar de unos absolutamente centrados rivales franceses.
Tras los Juegos de Río Paolo Pizzo gana otro Mundial, con 34 años, e iguala al mito Edoardo Mangiarotti. Pero destaca sobre todo por otra faceta, derivada del infierno que llegó a pasar con su enfermedad. Si algo bueno tuvo fue que desde hace un tiempo Pizzo colabora con la Asociación Italiana para la investigación sobre el cáncer. Habla con pacientes, les reconforta, les transmite positividad de igual manera que sus padres hicieron con él; les aconseja, contesta a las consultas que le hacen e intenta ayudarles siempre y cuenta su historia a jóvenes en las escuelas. “Tengo la obligación de transmitir valores positivos como solidaridad, compartir el sufrimiento y no solo la alegría”.
Un comentario
Virginia Bernardi Garrido
Bonita historia de superación y lucha.