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KOKICHI TSUBURAYA: GANAR EL ORO OLÍMPICO O MORIR

Los Juegos Olímpicos llegaron a Japón con retraso. Su capital, Tokio, había sido elegida para organizarlos en 1940 pero el parón por la II Guerra Mundial paralizó toda competición deportiva. Ese mismo año de 1940 nacería el “héroe caído” protagonista de nuestra historia de hoy. Kokichi Tsuburaya se benefició del retraso en la celebración de unos Juegos en su país al realizarse estos 24 años más tarde. Para entonces Kokichi ya era un atleta de altura, aunque no era a priori el mejor de su país en su distancia.

Las presiones en Tokio 64 para ganar una medalla en atletismo eran muy grandes. Las preseas iban cayendo para la expedición local, pero ninguna había sido lograda en el deporte rey, el atletismo. Llegó la prueba de maratón, esa que volvería a ganar el mítico Abebe Bikila, pero se esperaba al menos una plata del favorito local, Toru Terasawa, que meses antes había ostentado el récord mundial de la prueba. Pero Terasawa falló, aunque el joven Tsuburaya enalteció a las masas. 75.000 espectadores gritaban enfervorizados “¡Japón, Japón, Japón!” al verle llegar al estadio en segundo lugar. A pocos metros del nipón entró el británico Basil Heatley, que lograría superar en ese estrecho margen al corredor local. Aunque los espectadores seguían entusiasmados por la medalla conquistada, Tsuburaya se hundió física y emocionalmente. Totalmente decepcionado consigo mismo, Kokichi no vio esa anhelada medalla para el atletismo japonés como un objeto de deseo por fin logrado, sino como “la medalla que pudo ser y no fue”, llegando a declarar: “He cometido un error imperdonable ante todo el país. Me he confiado demasiado y solo obtendré el perdón si gano el oro en Méjico 68”.

Foto de Kishimoto

Y a ello dedicó los siguientes cuatro años el fondista japonés. Tsuburaya, que ya estaba acostumbrado a la férrea disciplina al formar parte de las Fuerzas de Autodefensa, entró en un programa del gobierno con vistas a convertirse en potencia deportiva olímpica. Para ello el entrenamiento duraría todo el ciclo olímpico. Kokichi tenía prohibido incluso ver a su familia o a su novia porque lo único que valía ya era el oro.

Los entrenamientos eran durísimos. Puede que por causa de esa dureza o por la presión sufrida o por una combinación de ambas Tsuburaya empezó a sufrir lesiones, siendo la peor de ellas una dolorosísima lumbalgia que le llevó incluso a estar hospitalizado durante tres meses.

Al salir del hospital y volver a los entrenamientos el cuerpo de Kokichi ya no era el mismo, no le podía responder de la misma forma que antaño. El propio atleta fue consciente de un hecho: así no podría ganar.

Desde el momento en que fue consciente de que no podría cumplir con el reto impuesto (y autoimpuesto) Kokichi tomó una decisión que llevó a cabo, algo muy japonés y en boga en aquella época, en la que los japoneses debían volver a demostrar al mundo su poderío tras la humillación en la II Guerra Mundial. El 9 de enero de 1968, a pocos meses de la gran cita olímpica en la que tenía destinado desquitarse y proporcionar a su país el ansiado oro Kokichi no apareció en el desayuno de la concentración del equipo japonés. Yacía en su habitación, con la vena carótida seccionada con su navaja de afeitar. La nota que dejó decía: “Siento mucho crear problemas a mis instructores. Os deseo éxito en Méjico. Estoy demasiado cansado para correr más”. En una de sus manos sostenía agarrada la medalla de bronce de Tokio 64.

Foto de Asahi Shinbun
Foto de Asahi Shinbun

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