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MOMENTOS OLÍMPICOS MÁGICOS 120: DIANA YORGOVA Y NIKOLA PRODANOV PROTAGONIZAN EN TOKIO 64 LA ÚNICA BODA CELEBRADA EN UNA VILLA OLÍMPICA

No fueron la única pareja de deportistas olímpicos en casarse durante la celebración de unos Juegos, pero es que los búlgaros Diana Yorgova y Nikola Prodanov no es que no planearan, es que ni siquiera imaginaron antes de acudir a los Juegos de Tokio 1964 que saldrían del país nipón casados.

Diana era saltadora de longitud. Su llegada a los Juegos de Tokio no fue precisamente de las más felices, pues se encontró con que se había perdido su equipaje y carecía de toda la equipación para competir. Ante sus lloros y toda una noche sin poder dormir del disgusto, sus colegas locales la confortaron y ¡oh sorpresa!: le llegó un paquete con toda una nueva equipación. En los Juegos fue finalista, pero no alcanzó el podio (en la cita olímpica de Múnich 72 sí que lograría una medalla, en ese caso de plata).

Pero cuando Diana hubo acabado su competición y su prometido, el gimnasta -también búlgaro- Nikola Prodanov la suya (sin grandes resultados y sin llegar a ser finalista), fueron invitados por el embajador búlgaro en Japón a su residencia. Allí le enseñaron los anillos de compromiso que acababan de entregarse, una vez acabadas sus competiciones. Tenían previsto casarse unos meses más tarde, concretamente el 26 de mayo del año siguiente, el día del cumpleaños de él, pero los planes cambiaron. Unas fuentes cuentan que el ideador de una boda en plenos Juegos fue el propio embajador, otros que el Comité Organizador, cuando aquél les comentó la existencia de una pareja de deportistas olímpicos que se había comprometido en plenos Juegos. Sea como fuere, a todos les pareció una gran idea que la pareja adelantara sus planes y celebrara primero una ceremonia civil en la embajada y luego otra, en plena villa olímpica, con todos los honores por el rito Shintu japonés.

Durante su luna de miel en Kyoto

En efecto, la boda se celebró en condiciones únicas: ante una bandera con los aros olímpicos, una foto del pebetero de los Juegos de Tokio 64, al mismísimo presidente del COI -Avery Brundage- como padrino y oficiada por el representante de la Corte Imperial. Como testigos diplomáticos, otros deportistas olímpicos, autoridades, periodistas y las cámaras de televisión. Diana no pudo imaginarse todo lo que el “comité organizador” (en este caso de la boda) había preparado: un frac para el novio, un vestido de cuento de hadas para ella, masajes y manicura para la novia, en fin, una boda como no podían imaginar. Eso sí, Diana echó en falta a sus familiares y amigos, a los que pidió le enviaran su bendición. “Fue una mezcla de alegría y de tristeza por no contar con su presencia”, confesaría la atleta.

La ceremonia combinó ritos japoneses, como una melodía shinto de bendición y el sake y el arroz que tomaron los contrayentes, con ritos búlgaros, como las danzas tradicionales “horo” y “ruchenitsa”. Tras la boda los novios partieron en el tren bala hacia Kyoto para vivir una luna de miel de apenas un día, pues al siguiente tenían que estar presentes en la ceremonia de clausura. Durante su breve viaje pudieron sentir el cariño de la población, que estaba al tanto de los hechos, pues fue muy comentada en los medios (hoy en día diríamos que se hizo viral). Diana y Nikola, que repitieron sus votos a su vuelta, ya en Bulgaria y en presencia de los suyos, vivieron una boda única, que muy pocos han tenido la suerte de experimentar, apenas podemos contar los casos de la gimnasta Vera Čáslavská y el atleta Josef Odložil durante los Juegos de México 68 (pero no en la villa olímpica), aunque la celebración de Juegos Olímpicos ha dado pie a numerosos romances, algunos acabados en boda posteriormente y otros no.

Foto de la Federación Búlgara de Gimnasia

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