SAMIA YUSUF OMAR: CORRIENDO HACIA LA LIBERTAD
En los Juegos Olímpicos de Londres tenía que haber estado, o al menos soñaba con estar, una atleta somalí que perdió, literalmente, la vida en el intento. Su determinación había llegado a los corazones de los espectadores de los Juegos de Pekín 2008 en la carrera de los 200 metros que llegó a disputar. Disputar quizá no sea la palabra más adecuada, puesto que no solo llegó última, sino que lo hizo a una decena de segundos detrás de la penúltima en una distancia que se disputa en escaso tiempo. Daba igual, el público y los periodistas presentes entendieron que el simple hecho de haber llegado a estar ahí había sido más que suficiente y, de hecho, fue la que recibió la ovación más grandes. Se trataba de la somalí Samia Yusuf Omar. Su historia nos interesa más que la de la eventual ganadora.
Porque Samia había nacido en el seno de una familia atacada en la guerra. Como la mayor de seis hermanos, con su madre trabajando y su padre y tío asesinados en el mercado donde trabajaban debido a un ataque de morteros, a Samia le tocó cuidarlos aun siendo aún ella niña. Pero a Samia le gustaba correr y cuando no lo hacía en una pista en un estado lamentable, con agujeros provocados por la guerra civil que se desarrollaba en esos años, corría simplemente por la ciudad huyendo de grupos extremistas musulmanes -muy presentes- que se oponían a que las mujeres hicieran deporte. El pensamiento era que a las mujeres que les gustara el deporte simplemente estaban corruptas. Samia fue a nacer en el seno de una familia de etnia minoritaria que tuvo que sufrir amenazas por lo mismo, duplicadas por el hecho de ser mujer. Amenazas que llegaron a ser de muerte si seguía entrenando.
Llega un golpe de suerte a la vida de Samia, quizás el único: el Comité Olímpico de su país la elige para acudir a los Juegos Olímpicos de Pekín, donde además tendrá el honor de ser la abanderada. A la capital china van únicamente dos deportistas mujeres somalíes. Samia se sorprende, precisamente por pertenecer a una etnia minoritaria. Va sin recurso alguno, incluso tuvo que correr con ropa prestada por el equipo de Sudán. Entre las atletas profesionales con las que le toca compartir pista, todas ellas vestidas con la ropa adecuada para una carrera de velocidad, Samia llama la atención por su ropa ancha, camiseta XL. Ya con ese detalle el público se percató de que había algo especial en ella. Tras su carrera y pese a quedar la última, la prensa mundial se hace eco de su participación. Ella reconoce que hubiera preferido haber sido aplaudida por haber tenido un resultado digno, pero es lo que hay, Samia y tú has tocado la fibra de todos.
De vuelta a casa el panorama se oscurece. Los radicales del grupo Al-Shabaab toman fuerza y sus perspectivas para continuar como atleta se difuminan. Si ya antes entrenar en condiciones paupérrimas no le ponía precisamente las cosas fáciles a Samia (como al resto de sus compañeros/as) la creciente influencia del grupo terrorista islamista anteriormente citado provocó unas condiciones según las cuales a las mujeres no solo se les impedía practicar deporte, sino que incluso tenían dificultad para caminar con las pesadas ropas que les obligaban llevar. Si veían a alguien en ropas mínimamente cómodas para practicar un deporte los militantes de Al-Shabaab consideraban que “tenías tiempo libre” y, en caso de los hombres, los reclutaban forzosamente para unirse a su lucha. El caso de mujeres simplemente no existía porque ellas no podían ir vestidas así. Incluso la prohibición a las mujeres era extensiva a ver, simplemente ver, cualquier tipo de deporte.
La familia de Omar fue obligada a desplazarse a un campo de refugiados a pocos kilómetros de Mogadiscio. La situación provocó que Omar huyera y se trasladara a Etiopía porque Samia quería cumplir su sueño de seguir entrenando y llegar a los Juegos Olímpicos de Londres de 2012. El Comité Olímpico Etíope le permitió entrenar con su equipo, pero Samia vio que necesitaba mejorar su nivel entrenando en Europa -además de ver cómo no le renovaban el visado-, pero el camino para llegar hasta el Viejo Continente, además de largo y costoso, iba a estar repleto de obstáculos. Su familia, que aún seguía en Somalia y prefería que Samia no se moviera de Etiopía, pagó a unos traficantes para que llevaran a Samia hasta Libia, atravesando Sudán. Por aquel entonces Samia tenía apenas 18 años y buscaba “simplemente” la libertad. Libertad para entrenar, para correr, para participar en unos Juegos Olímpicos. Lo que para los occidentales es algo que se da por descontando -poder correr- en su caso era peligro de muerte.
La peripecia de Samia no acabó al llegar a Libia, antes al contrario empezaron allí sus tribulaciones, pues primero se perdió en el desierto para ser más tarde detenida por las autoridades, aunque otras fuentes (pues no está claro todo el periplo realizado por Samia) cuentan que fue secuestrada y que se pidió un rescate por ella. Libia no dejaba de ser otro país en plena guerra civil. De nuevo se impuso otro pago para salir de allí. La siguiente etapa de su viaje hasta la libertad, rumbo a Europa, sería a través del mar, del Mediterráneo. Desde las costas de Libia se montó en un barco con decenas de otras personas en su misma condición. Pero, ya en medio del mar, el bote se quedó sin combustible y, yendo a la deriva, fue avistado por un barco de rescate italiano. El caos se creó en la lucha por agarrar las cuerdas que les lanzaban los rescatadores; era una auténtica pelea por la vida, por la supervivencia. Omar fue una de las que no se alzó victoriosa en esa lucha, muriendo ahogada tras ser golpeada y caer al mar. Era abril de 2012, pocos meses antes de la celebración del sueño de Samia. En la camiseta que llevaba puesta en su huida se leía una palabra: “Run (=Corre)”.
Su historia ha sido reflejada en diferentes obras artísticas: en el libro del escritor italiano Giuseppe Catozzella “Non dirmi che hai paura” (publicado en España con el títul de “Correr hacia un sueño”), en la novela gráfica del alemán Reinhard Kleist “El sueño olímpico-La historia de Samia Yusuf Omar” e incluso en una obra de teatro representada en Italia en la que Peter Gabriel puso la música.
Puede que Samia Yusuf Omar no pasara nunca de la primera batería de clasificación en atletismo en unos Juegos Olímpicos pero ¿qué nos importa eso? Detrás de cada participante en unos Juegos hay una historia y la de Samia es, humanamente, más brillante y meritoria, más ejemplar y valiente, que la de cualquier campeona que se haya colgado una medalla al cuello.
Un comentario
Virginia Bernardi Garrido
Ay madre mía que historia! Que asco Dan los integrismos y que miedo también. Como siempre el reconocimiento llega tarde, última en la pista pero primera en valentía y determinación. Ojalá sea la última pero me temo que tendremos que seguir leyendo historias como esta.