SARA CARDIN: LA VIDA NADA FÁCIL DE UNA CAMPEONA
La karateca italiana Sara Cardin es un ejemplo más de cómo la trayectoria deportiva de un gran campeón no se compone de una línea recta. Su vida, que desde el exterior podría parecernos sin grandes sobresaltos (tiene dos medallas mundiales, una de ellas oro, ocho en Europeos de las cuales cuatro son oros y una veintena de títulos nacionales), ha pasado por severos altibajos, incluyendo algún intento de suicidio.
Sara Cardin demostró desde niña poseer mucha energía. Por ello su madre la apuntó a gimnasia artística, pero a ella no le gustaba esta especialidad. Con un cuerpo musculado desde casi siempre -que le llegó a acomplejar- no podemos descartar que en parte fuera debido a su participación activa en las tareas de la vendimia que desde niña realizaba con sus padres, fortaleciendo sus piernas al caminar diariamente durante horas sobre las uvas. Con siete años un vecino aconsejó a sus padres que la apuntaran a kárate al verla dar puñetazos a un saco en el jardín. Si sus padres siguieron su consejo fue únicamente porque el horario del kárate conciliaba con el de sus trabajos. Sara disfrutó de esta disciplina deportiva desde el comienzo, pero competir le daba miedo. Miedo a perder, sólo quería ganar. Lloraba la víspera de las competiciones. Con doce años ya se entrenaba con chicos y chicas de 20 años. A los trece años gana sus primer título nacional, a los 14 participa en su primera competición internacional y a los 15 entra a formar parte del equipo nacional.
Pero no todo iba como la seda. Al ser muy musculosa, pesaba más y eso le llevó a padecer trastornos alimenticios. Se pesaba de seis a ocho veces al día; incluso siendo niña se alimentaba a base únicamente de zanahorias y arroz blanco. Lo peor no era eso, sino la bulimia en la que cayó. Se provocaba vómitos que llegaron a ser de hasta quince diarios. Su madre cayó en depresión al descubrir el hecho. Lo hizo porque Sara tenía los ojos rojos por el esfuerzo y le había salido un callo en el dedo al provocarse el vómito. No fue este, con todo, el único problema de Sara. De niña llegó a sufrir abusos de un desconocido en casa de unas amigas, sin ella llegar siquiera a entender bien los hechos. Quizá por ello por aquel entonces no era capaz de lograr el llamado “kiai”, el grito que producen los karatecas. Durante mucho tiempo fue una “karateca muda”, algo criticado por sus entrenadores.
En su adolescencia Sara se convirtió en una chica rebelde, peleada con su madre principalmente. En esto le ayudó mucho el kárate, que hizo que recobrara su autoestima. Eso pese a que en sus primeras convocatorias con la selección nacional no se viera incluida. De hecho en las concentraciones reinaba un ambiente cerrado y de sospecha, de temor a caer del puesto de titular. Como muestra de la dureza de entrenamientos por los que pasó decir que el entrenador la hacía competir con chicos, lo que por un lado hizo que subiera de nivel, pero por otro llegaba a recibir tantos golpes que en ocasiones le dolía tanto la cabeza que ni le apetecía cenar. El entrenador que tenía por entonces no solo era duro, sino que a veces llegaba a humillarla. Sara (y no solo ella, sino que también algunos de sus compañeros) seguían teniendo problemas con la báscula. Pasaban días sin comer ni beber, haciendo saunas. Para bajar de peso el entrenador les hacía correr, incluso en plena noche. Fue un periodo de su vida en la que llegó a querer hacerse daño. Seguían los vómitos provocados y en ocasiones no era ni capaz de entrenar.
Pero no todo iba a ser negativo en su vida. En medio de ese duro periodo de entrenamiento Sara se enamoró de uno de sus entrenadores, una veintena de años mayor que ella y con un hijo que entrenaba junto a Sara. Iniciaron por entonces una relación clandestina que pasó por muchos altibajos: rupturas, reconciliaciones…y matrimonio, pues ahora están casados. Pero no nos adelantemos. Estábamos con una Sara de 19 años en plena crisis de peso y estrés por ello que la lleva a un episodio de quasi intento de suicidio. En esas oficializa la relación con su entrenador, hasta entonces secreta, y abandona el kárate por seis meses. No fueron más porque Sara Cardin no puede vivir sin el kárate. Además, comenzaron sus títulos en campeonatos internacionales, campeonatos a los que era acompañada por su familia en coche, partiendo por su abuelo, gran artífice de su afición por el kárate. Sin embargo, sufre un nuevo episodio de depresión al perder su primera final en un Mundial senior. Cardin considera esa derrota un fracaso y quiere dejar el kárate de nuevo. Entonces ocurre uno de los episodios curiosos en su vida profesional, pues es llamada por la princesa Mahatma El Dacun de Dubai, amante de su deporte, para que junto a otras karatecas, le dé clases. Durante ese periodo vivían con todo el lujo del mundo pero, eso sí, con la prohibición de poder tocar a la princesa, ni siquiera en plenos entrenamientos.
La noticia de que el kárate iba a entrar en el calendario olímpico en los Juegos de Tokio hace que Sara no solo aparte de su cabeza ideas de retirada, sino que dé el todo por el todo para convertirse en olímpica. Para ello contrata a toda una serie de profesionales especialistas: psicólogo, nutricionista, experto en respiración, etc. Entre ellos se encuentra el campeón olímpico de gimnasia Igor Cassina, dedicado a mejorar su movilidad articular. Antes de eso se produjeron dos cambios fundamentales en su vida profesional: entra a formar parte del Ejército (era la única civil de su grupo), con las consiguientes ayudas que ello supone (hasta entonces tenía que compaginar entrenamientos con un trabajo en una oficina y dar clases a niños) y se separa de su entrenador nacional, ese tan estricto que tantos dolores de cabeza, literal y literariamente, le produjo. Sara llegó a entrenar con su abuelo. El caso es que con 27 años, 20 después de entrar en el kárate, logra su primer oro mundial. Su vida cambia a causa de este acontecimiento, pasando del anonimato a la popularidad. El éxito deportivo también atrae a patrocinadores y, lo que es mejor, facilita su entrada en las causas sociales, centrada en la ONG contra la violencia de género Fare x Bene.
Como miembro del Ejército Sara Cardin ha participado en dos actividades. Fue llamada para realizar una exhibición de kárate en la Embajada italiana en Washington durante una jornada de puertas abiertas y, por otra parte, en 2018 acudió al Líbano dentro de una misión internacional. Allí enseñó su deporte a jóvenes así como clases de defensa personal a viudas de militares y mujeres civiles. Otro de sus desplazamientos al extranjero, aunque esta vez sin relación alguna con el Ejército, fue la invitación que recibió por parte de la federación japonesa para entrenar en Okinawa con la selección de ese país.
Dos hechos finalmente a destacar de Sara Cardin: aunque se había ido separando del duro entrenador nacional que la humillaba un día dijo basta y le dejó en mitad de una clase cuando aquél afirmó delante de todo el grupo que Sara no iría nunca a unos Juegos Olímpicos, dada su edad. El otro episodio que muestra su fuerte carácter es cuando durante un entrenamiento se rompió la nariz y se la recolocó ella misma al tardar en llegar el médico especialista. No ha sido su única relación con los servicios médicos, para su desgracia, pues a finales de 2018 se rompió, también durante un entrenamiento, el cruzado anterior y el ligamento lateral interno, además de lesionarse el menisco. Tuvo que ser operada, rechazando la anestesia total (sólo tenía la local) para poder seguir ella la operación paso a paso viendo en un monitor lo que los médicos le estaban haciendo. Su único temor era no poder conseguir los puntos del ránking olímpico pues su único sueño era ir a Tokio 2020. Ahora sólo le queda poner la guinda a su carrera con su participación olímpica, en la que aspira a conseguir medalla.
Un comentario
Virginia
¡Madre mía que valor!. Hay que ser de otra pasta para enfrentarse a las dificultades así, espero que consiga el oro, se lo merece.