ERIKA SCHINEGGER: DE CAMPEONA MUNDIAL CON ASPIRACIONES OLÍMPICAS A DEFENESTRADA EN EL EQUIPO TRAS UNAS PRUEBAS DE GENÉRO
El 19 de junio de 1948 nacía en el pueblecito austriaco de Agsdorf Erika Schinegger. Le quedaban unos cuantos años para ser consciente del insólito caso que iba a protagonizar, a su pesar. Su padre habría preferido un varón para ayudarle en la granja familiar puesto que, además, el matrimonio ya contaba con tres hijas. Erika pronto se aficionó al esquí aprendiendo de una forma poco habitual: observando a los grandes campeones de su país en lugar de practicando, ya que su padre era contrario. Sin embargo, parecía contar con unas condiciones innatas. Con doce años se apunta a su primera carrera. Salió en último lugar, en el puesto 314º…y ganó. Eso la catapultó a entrar en el equipo provincial primero y nacional después. Con 18 años se convertiría en campeona del mundo. Lo hizo en el Mundial disputado en Portillo, Chile, en 1966, en la modalidad de descenso. Erika pasa a ser una auténtica heroína nacional y es recibida como tal en su país a la vuelta de dicho campeonato. Mimada por la Federación de su país -y por sus paisanos, para los que representa un orgullo-, mejora también en las pruebas técnicas y se prepara para afrontar la cita olímpica de 1968 con aspiraciones de hasta tres medallas, incluso de oro.
Hasta aquí el “cuento de hadas” de Erika Schinegger. Su vida iba a dar un cambio radical a raíz de unas pruebas de género obligatorias que instituyó el COI ante la sospecha de que algunas deportistas de países del Este podrían ser en realidad hombres. La esquiadora austriaca, como el resto de mujeres sujeto de acudir a unos Juegos Olímpicos, se somete a ellas y, ante su estupor, los resultados revelan que se trata de un hombre. Ante el desconocimiento propio, se supo después que, al nacer, la matrona había dado por sentado que era una niña al no verle los órganos sexuales masculinos. Éstos estaban internos y no eran visibles. Nació con cromosamas XY así como también un pene minúsculo que fue confundido con un clítoris agrandado. Erika recibió el devastador veredicto realizado por seis físicos y oficiales: ya no podría competir en los Juegos de Grenoble. El protocolo a seguir, preparado a sus espaldas, consistió en una declaración firmada por Schinegger según la cual anunciaba su retiro del deporte por “razones personales”. De paso le pedían “discreción y que desapareciera en un viaje que se le organizaría”. Firmó pero se sometió a más pruebas, que confirmaron lo descubierto en las primeras.
Sin Juegos Olímpicos ya en su mira (y probablemente sin más futuro en el mundo de la competición) a Schinegger los médicos le ofrecieron dos alternativas: u operarla y someterla a una terapia hormonal para convertirla en mujer y, de esta manera, seguir con su prestigio y medalla ya que nadie se enteraría del proceso transcurrido o, por el contrario, someterle a otro tipo de cirugía que revelara al exterior sus órganos masculinos. Esta opción no era precisamente la que le recomendaron sus padres, su patrocinador y la Federación de Esquí Austriaca. Sin embargo, fue la escogida por Erika.
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rinconolimpico
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