RAFAEL LOZANO, DOBLE MEDALLISTA OLÍMPICO: “PREFIERO EL BOXEO OLÍMPICO AL PROFESIONAL, DONDE NO SABES A QUÉ TE ATIENES”
“El Balita” pesaba 48 kilos y competía en la categoría minimosca. En la época más gris del boxeo en España su nombre saltó y se convirtió en la referencia de otros púgiles hispanos, pues El Balita había logrado culminar con éxito dos inolvidables aventuras deportivas, aunque no hubiera premio económico de por medio: subirse al podio olímpico. Dos veces. El Balita no es otro que Rafael Lozano, cordobés doble medallista olímpico, ahí es nada. Debutó en unos Juegos ni más ni menos que en su propio país, cuando la edición olímpica pasó por Barcelona. En esa época lo llevaba Manolo Pombo, el factótum del boxeo español en aquella época. La de Barcelona 92 fue su peor actuación en Juegos Olímpicos, pero coronada con un diploma olímpico con el que puede que nadie contara. Rafael Lozano nos lo cuenta en esta entrevista: “Fueron unos Juegos que se vivieron de forma diferente. Yo llevaba entonces muy poquito tiempo en el equipo nacional, tenía poquita experiencia y con todo y con eso gané a un bicampeón del mundo, gané a un sudafricano y perdí en el tercer combate. Nadie se esperaba que yo hiciera ese resultado”. En esos Juegos tuvo la mala suerte de tener que medirse contra el cubano Rogelio Marcelo que, a la postre, se convertiría en el campeón del torneo olímpico.
Rafael Lozano siempre prefirió el boxeo olímpico al profesional, así que siguió en él hasta completar tres Juegos en total. Para su segunda experiencia ya estaba más que rodado y no volvería a cometer errores de joven inexperto. En Atlanta 96 encadenó tres victorias hasta toparse con el filipino Mansueto Velasco, derrota que le impidió subir a los dos escalones más altos del podio, pero sí le permitió entrar en él colgándose la medalla de bronce. La leyenda dice que, durante ese combate contra Velasco y yendo la situación igualada, se le dijo a Lozano que iba perdiendo, por lo que el español cambió la táctica. Craso error como se demostró al final. En fin, el boxeo español conseguía no obstante su segunda medalla olímpica, 24 años después de la solitaria medalla de Enrique Rodríguez Cal.
No quiso Rafael Lozano quedarse en esa medalla de bronce. El andaluz aspiraba a más. Siguió peleando como boxeador aficionado (los boxeadores profesionales no podían participar en los Juegos Olímpicos) y la espera dio sus frutos. Para cuando llegaron los Juegos de Sidney 2000 el Balita ya tenía un prestigio ganado, pese a su escasa estatura (1.50m). En la ciudad australiana vuelve a sumar tres victorias: contra el filipino Lerio, el keniata Bilali y el norcoreano Kim. Donde peor lo pasó fue en su primer combate, pero logró superar a Danilo Lerio. Seguro que aprendió de ese combate para los que le siguieron. Esta vez Lozano no se conformaba con un bronce, que ya tenía, sino que aspiraba a superar el color de la medalla. Aunque en su último combate perdió a los puntos contra el francés Brahim Asloum lo hizo en la final, así que Lozano logró su deseo: conquistó la plata. El boxeador español recuerda que hizo el todo por el todo durante la final, esperando que sus golpes tiraran al suelo al galo, pero no lo logró. Se queda con lo mejor de la experiencia: “Los Juegos han sido una experiencia inolvidable, más cuando tienes la suerte de tocar un podio [dos en su caso]”. Y da con la pieza clave que ha sido fundamental para sus éxitos: “Uno espera siempre hacer una buena competición. Yo creo que ése ha sido el éxito mío: que siempre he ido a ganar combate a combate y hasta que me eliminaran, porque el formato que nosotros tenemos es a eliminación directa y aquí cuando pierdes, pierdes. Así que nunca tienes que ir con la responsabilidad de conseguir medallas. Uno va poquito a poco, como decía mi entrenador”.
Dos medallas olímpicas fueron suficientes para que Rafael Lozano se pasara al boxeo profesional, aunque con el tiempo ha lamentado esa decisión: “Después de mi periplo olímpico me pasé al boxeo profesional. No tuve buenos resultados porque tuve que trabajar, además de entrenar. Ya no era como cuando estaba en el equipo nacional, en donde me dedicaba solo y exclusivamente al boxeo. El trabajo y el entrenamiento lo tenía que compaginar además con la familia y eso se nota al final a nivel de resultados”. E incide en el valor que le da al boxeo olímpico: “Prefiero mi carrera como olímpico, respecto a la profesional. Ésta fue un error. En el profesional dependes más de ti y de promotores, mientras que en el equipo nacional tu Federación es la que te lleva y sabes que te van a dar lo que haya disponible. En el boxeo profesional no sabes a qué te atienes”.
Rafael Lozano no sería boxeador “profesional” en su periplo olímpico, pero se tomó su carrera como si lo fuera, de la forma más seria posible: “Yo en los Juegos siempre iba a lo mío: entrenar, comer, dormir y competir”. Resume su carrera de manera muy positiva y, de paso, reivindica los valores de su deporte, a veces cuestionado: “Estoy contento y satisfecho con lo que he hecho. Sí que es verdad que a nivel mediático en su momento fue bastante importante porque en esos momentos sí que estuve un poco en candelero, pero una vez que terminas sí que da pena porque yo podría haber dado un poquito más, sobre todo que se conociera un poco más qué es el boxeo olímpico. El boxeo no es dos personas pegándose nada más, sino que tiene su técnica, su táctica, su entrenamiento físico…Ahora hoy en día todos los gimnasios de boxeo están prácticamente llenos porque se están dando cuenta de los beneficios que te aporta el boxeo, no a nivel de competición pero sí a nivel de hobby. Ha habido un cambio radical, se está vendiendo de otro modo, diferente. Seguiremos pensando que el boxeo puede verse con otros ojos, no con la leyenda negra de Rocky Balboa y otras películas”.
Una vez retirado del boxeo profesional se dedicó a ser entrenador y seleccionador nacional, labor que le permitirá de nuevo volver a unos Juegos Olímpicos, pues estará presente en los de Tokio 2020 al frente de la selección española. Allí seguro que acumulará anécdotas pero mientras nos cuenta su recuerdo olímpico más imborrable, ocurrido en los Juegos de Atlanta 96: “En la ceremonia de inauguración de Atlanta 96 Mohammed Alí encendió el pebetero olímpico y pude ver cómo los deportistas africanos decían su nombre entre lágrimas, en voz alta y emocionados. Me impactó verles porque te transmitían como que estaban viendo a alguien grande”. Turno ahora para que el que fuera el Balita (denominado así por su tamaño, velocidad y agilidad) reparta su sabiduría y experiencia en sus discípulos en nuevas ediciones olímpicas.