ELIZABETH SWANEY: LA BURLA DEL ESPÍRITU OLÍMPICO
Cada edición de Juegos Olímpicos corona a sus triunfadores, a su “rey “ y “reina”, a sus sorpresas, a sus leyendas…pero, por desgracia, también suele colarse el “estafador del espíritu olímpico”, alguien al que, utilizando un eufemismo, podríamos calificar como de “broma”. En los Juegos de Pyeongchang ése ha sido el caso de Elizabeth Swaney, quien ha acaparado portadas y minutos de la Prensa gracias a su mal hacer, lo cual, si lo piensan, es triste, penoso e injusto hacia aquellos deportistas que, se subieran o no al podio, han combatido con su esfuerzo y sus habilidades y se han ganado el mérito de convertirse en olímpicos. Elizabeth Swaney, debutante olímpica a sus 33 años, no se ganó ese derecho por las buenas, aunque sí dentro de la legalidad. Un reglamento que a raíz de su caso ya se habla de cambiar le permitió conseguir su sueño de ser olímpica. Sueño que han/hemos tenido tantos y tantos, pero que la cruda realidad nos ha impedido cumplir.
Swaney se valió de todo tipo de artimañas –insistimos, legales- para participar en Pyeongchang, como ya lo había hecho –entonces sin éxito- en el pasado. Estadounidense, hubo de acudir a un cambio brusco de nacionalidad para poder participar. Asimismo eligió con picardía el deporte por el que iba a intentar la osadía y fue lista: escogió uno muy poco practicado en todo el orbe, con pocas licencias y que permite una amplia participación en Juegos Olímpicos desproporcionada al número de sus practicantes. Se trata del freestyle en la modalidad de halfpipe. Swaney participó, como le requería el reglamento, en una serie de pruebas de la Copa del Mundo. Las 30 primeras puntuaban. Generalmente, las apuntadas no llegan a ese número, por lo que con no caerse y acabar el recorrido (consistente en una serie de lo que se denomina trucos o piruetas a realizar en una media docena de ocasiones a lo largo de medio tubo nevado, sobre esquíes), se puntúa. Incluso Swaney podía no quedar última (su mejor puesto en toda su carrera fue un antepenúltimo) si alguna participante se cayera y no finalizara su recorrido, algo bastante habitual debido a la dificultad de las peligrosas piruetas.
A los Juegos Olímpicos se clasifican en esta modalidad las 24 mejores del mundo. Swaney ocupaba el puesto 34º, pero se dan dos circunstancias que la beneficiaron: por una parte no puede haber más de cuatro componentes por país (en Pyeongchang, por ejemplo, se quedaron fuera dos estadounidenses que están en el Top 20 mundial). Por otra, se conceden las llamadas wild cards para participantes de países con escasas plazas para motivar la práctica de ese deporte en ese país. Ahí es cuando entra en acción otra estrategia empleada por la americana: se nacionalizó húngara para poder optar a la plaza vacante que tenía este país.
A Swaney parece no importarle los colores de la bandera por la que compita, puesto que ya quiso acudir a Sochi en skeleton ¡representando a Venezuela! De hecho, llegó a participar en pruebas de la Copa del Mundo de halfpipe por este país sudamericano. Desde niña tuvo claro que ella quería ser olímpica y probó deporte tras deporte (patinaje, remo, bobsleigh…) hasta dar con uno que cumpliera el básico requisito de ser poco practicado y conceder un número proporcionalmente considerable de plazas olímpicas.
Cuando intentó el sueño de Sochi en skeleton llegó a tomar clases de Ander Mirambell. Entrenó demasiado poco, casi no compitió (sólo finalizó 24 bajadas en su vida, entre entrenamientos y competición), con unos pésimos resultados que pronto la hicieron cambiar de deporte, sumado a que Venezuela dejó claro que la dejaría competir por su país, pero no la iba a financiar.
En Pyeongchang, ya con el freestyle, Swaney quedó, naturalmente última. Y lo hizo porque lo que realizó en la pista del Phoenix Snow Park no fue halfpipe, no fue tan siquiera esquí, sino que se limitó a deslizarse por la pista sin realizar ningún truco. Cero. Ni siquiera lo intentó. Ella aspiraba a que se cayera el suficiente número de rivales que le permitieran acceder a la final, algo que no sucedió. Lo que sí aconteció fue que el vídeo de su vergonzoso recorrido se hizo viral (que, por cierto, ha sido retirado de la circulación), hasta un millón y medio de visionados en poco tiempo. Y los ataques, empezando por los personales en sus cuentas de redes sociales, arreciaron. La acusaron de estafa, de mediocre, de desvergüenza, de injusticia hacia las otras participantes, hacia los espectadores y hacia el espíritu olímpico, del que por lo visto Elizabeth Swaney tenía una visión desvirtuada. No se quedó ahí la cosa. Pese a que la olímpica quiso defenderse alegando que llevaba años preparándose (años claramente perdidos, dados los nulos resultados) y llegó a afirmar que aspiraba a medalla. Pero su osadía ha tenido consecuencias: el Comité Olímpico Húngaro ha reaccionado, avergonzado por el mal papel en el que ha quedado debido a esta aventura. Ha declarado que cambiará su sistema de clasificación olímpica. Ahora sólo queda que el COI o la Federación correspondiente cambien también los criterios puesto que Swaney ha demostrado que, dentro del reglamento, alguien que no sabe ni esquiar –éste ha sido el titular más empleado al referir su actuación- pueda ser olímpico en una modalidad, por lo demás, espectacularmente compleja y dificultosa. Algo no marcha en el reglamento.
Entretanto, mofándose de ella o no, el hecho es que, de entre los miles de deportistas calificados para los Juegos de Pyeongchang, de pocos se ha leído y oído hablar tanto como de esta soñadora que estaría lejos de cumplir los mínimos requisitos para ser no olímpico, sino internacional. Amor por los Juegos Olímpicos sí, pero engaño y llegar a ellos a toda costa no. El honor de ser olímpico debería ganarse de forma honrada y merecida.