Heroínas olímpicas

SONJA HENIE, LA PRIMERA GRAN ESTRELLA DEL PATINAJE

Llevó una vida de película. Nuestra protagonista de hoy fue una estrella con tal brillo, que a menudo se requería ayuda policial para controlar a las masas de admiradores. Tanto cuando era una campeonísima del patinaje como cuando se convirtió en toda una estrella de Hollywood. La noruega Sonja Henie revolucionó el patinaje femenino, de eso no hay duda. Fue la primera en usar algo que ahora nos parece tan común como falda y botas blancas, feminizando, de esta manera, su deporte. Y, lo que fue mucho más importante, incluyó por primera vez coreografía en sus números, pues antes el patinaje prácticamente se basaba en técnica y física. Ver a una patinadora de la era anterior a Henie y verla a ella y a sus continuadoras era como contemplar otro deporte.

Es hasta cierto punto lógico que Sonja, segunda hija de los Henie, se dedicara al patinaje. El amor por el deporte se lo inculcó su padre, que había sido campeón ciclista, mientras que por el ballet su madre, quien había dado clases con el maestro de la gran Anna Pavlova. También ayudó el hecho de que Sonja vivía en el seno de una familia adinerada, lo que le permitió dedicarse en cuerpo y alma al deporte –por entonces estrictamente amateur- y pagarle clases con la coreógrafa rusa Tamara Karsavina. Así, Sonja ya empezó a ganar campeonatos desde muy niña: con diez años el campeonato nacional absoluto; con catorce, su primer Mundial.

Con once años ya disputó sus primeros Juegos Olímpicos, aunque ahí su falta de experiencia le jugó una mala pasada, quedando última de las ocho participantes. Asunto resuelto de la mejor de las maneras en su siguiente experiencia olímpica, de la que ya salió como campeona. El primero de sus tres oros olímpicos, una hazaña realmente difícil de igualar. Unido a sus diez oros Mundiales consecutivos (más una plata) la convierten, sin ningún género de duda, en la gran dominadora del patinaje del siglo XX.

Sonja Henie no solo arrasaba en los podios de las competiciones en las que intervenía, sino que su gracia personal, sus sonrisas, ese nuevo estilo que había impuesto. unido a la mejora sustancial en el aspecto técnico hizo que atrajera a las masas a verla, aumentando considerablemente la popularidad del patinaje. Si ella estaba sobre el hielo merecía la pena pagar una entrada para verla. En ese sentido, la noruega hizo mucho para levantar un deporte que, a nivel competitivo, aún estaba en pañales.

La retirada de Henie a nivel competitivo supuso el nacimiento de una nueva Sonja, convertida ahora en estrella tanto de espectáculos de patinaje profesionales con los que realizaba giras –esta vez sí, cobrando. Recordemos que les estaba entonces prohibido participar en Juegos Olímpicos a deportistas profesionales- como en películas. Sonja Henie entró por la puerta grande en Hollywood, de la mano del afamado productor Darry F. Zanuck. Si con su primer espectáculo de patinaje cobraba ya 100.000 dólares, su primer contrato cinematográfico le reportó 25 millones de dólares. Henie, que siempre había manifestado querer hacer en el hielo lo que Fred Astaire hacía sobre el suelo, se convirtió en la segunda estrella de la llamada Meca del cine mejor pagada. El “Cisne blanco”, la “Reina del hielo de Noruega”, como la llamaban cuando se dedicaba al patinaje, realizó once exitosas películas. Fue, por tanto, una auténtica superstar, posiblemente sin parangón en el mundo del deporte de élite actual.

Pero no todo fue de color de rosa en la vida de la patinadora de Oslo. La controversia llegó cuando, en los Juegos de Garmisch de 1936, que ganó, saludó con el saludo nazi a Hitler, presente, y lanzó un “Heil Hitler!” que le perseguiría el resto de su vida. El dictador, admirador confeso de la noruega, le dio una foto autobiografiada tras un almuerzo en su residencia de Berchtesgaden al que invitó a la campeona. En su residencia noruega las tropas alemanas encontraron en un lugar de honor dicha foto, lo que permitió que la ocupación nazi dejara sin dañar su casa. En su momento, y durante años, los noruegos se echaron encima de Sonja por aquel gesto. Cuando se nacionalizó estadounidense Henie sí que apoyó a las fuerzas americanas que participaron en la II Guerra Mundial, pero nunca a la resistencia noruega contra los nazis.

Cuando murió, de leucemia, a la temprana edad de 57 años, la fortuna de la que fuera tricampeona olímpica ascendía a 47 millones de dólares.

Sonja Henie en su faceta dentro del mundo del espectáculo

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