Heroínas olímpicas

DOMINIQUE MOCEANU: LA VIDA OSCURA DETRÁS DE UNA GIMNASTA PRECOZ

Durante un tiempo captó la atención del público estadounidense, que caía rendido a los pies de la que se había convertido en la gimnasta más joven (14 años) en ganar una medalla olímpica –y en la última, puesto que luego se subió la edad mínima para competir en unos Juegos- y, a su vez, en componente del épico equipo de “Las Siete Magníficas”, el primer equipo de gimnasia artística femenina de Estados Unidos en convertirse en campeonas olímpicas. Era de origen rumano y nacida en Hollywood. Desde luego que Dominique Moceanu llevó una vida de película…de género de melodrama.

Hija de padres rumanos gimnastas frustrados por no haber llegado a despuntar en la élite de ese duro deporte, su padre, Dumitru Moceanu se empeñó, antes incluso del nacimiento de su primogénito –que resultaría ser Dominique- que éste iba a convertirse en un gran gimnasta. Desde que era un bebé que apenas gateaba los padres de Dominique iban preparando su cuerpo a la gimnasia, colgándola de la cuerda de la ropa. A los tres años se puede considerar que lo que Dominque practicaba ya era gimnasia. Con cuatro años intentaron que la acogiera en su seno el prestigioso matrimonio rumano de entrenadores compuesto por Béla y Márta Károlyi, famosos por haber entrenado a Nadia Comaneci y por su exitoso y productivo sistema de enseñanza, duro y exigente donde los haya. Años más tarde Dominique confesaría que había sufrido en demasía los abusivos métodos del matrimonio. Pero eso fue más tarde, ya que hasta los exigentes Károlyi se negaron a entrenar a una niña tan pequeña. Le pidieron a su padre que se la llevara cuando cumpliera diez años.

Dominique despuntó desde bien pronto, ganando pruebas y convirtiéndose en la más joven –aún en edad junior- gimnasta de su país en ganar el campeonato nacional de EE.UU. Eso le abrió las puertas del potente equipo senior, donde, huelga decir, era la componente más joven y además la que más alto quedó entre sus compatriotas en la clasificación de su primer campeonato como senior.

La jovencísima gimnasta aceleró decididamente su vida: en lo deportivo y en lo personal. Para cuando contaba 16 años ya se había convertido en la fuente económica de su familia, cuyos padres dejaron de trabajar. Se calcula que por entonces ya había ganado unos diez millones de dólares que administraba directamente su padre. Dominique pronto se dio cuenta de que su padre estaba abusando de los ingresos que generaba ella (además, se había convertido en una deportista muy popular, apareciendo en muchas portadas de revistas y en anuncios), despilfarrándolos. A los 17 años solicitó en los tribunales el “divorcio” de sus padres, que le fue concedido. Se emancipó y pasó a llevar las riendas de su vida, aunque la relación con sus progenitores no se estropeó y siguió el contacto con ellos.

Foto de Getty Images

Llegó entonces su máximo momento deportivo: los Juegos –en casa- de Atlanta 96. Junto a sus compañeras, protagonizó una de las medallas que más se recuerdan. Ya se esperaba de ella una medalla a nivel individual, pero se lesionó poco antes, en el transcurso del campeonato nacional. La lesión le impidió participar en los trials nacionales clasificatorios para los Juegos, pero no se prescindió de ella ya que había hecho al fin y al cabo un buen papel en el campeonato nacional. A Atlanta acudió aún con un fuerte vendaje en su pierna pudiendo contribuir, no obstante, con sus actuaciones al oro por equipos. En la última de las pruebas, la de salto, fue ella la que falló y sus fallos tuvieron que ser enmendados por la gimnasta que iba a actuar tras ella: Kerri Strug. Ésta iba a protagonizar la proeza de lesionarse en pleno salto y ser capaz de realizar un segundo salto, lesionada, que valió para el oro por equipos, imagen que se recordará para siempre. La lesión de Strug, que se había clasificado para la final individual, permitió que Moceanu tomar su lugar en la misma; asimismo se había clasificado para dos finales por aparatos, aunque no destacó particularmente en ninguna de ellas.

Tras el éxito por equipos de Atlanta 96 la fama que adquirieron todas sus componentes subió como la espuma. Realizaron una gira –en la que estaba Moceanu- de 34 espectáculos en otras tantas ciudades. Dominique pudo después por fin tomarse unas vacaciones, las primeras en once años. Entretanto los Károlyi se retiraron –de hecho, Dominique fue una de las últimas gimnastas que entrenaron- y la joven cambió de entrenadora. Su estilo explosivo y atrevido cambió y se volvió más elegante. En la etapa postolímpica Dominique llegó a perder la forma y no consiguió ganar ningún título importante. Si acaso los Juegos de la Buena Voluntad de 1998, una competición menor aunque con grandes gimnastas, ya que en esa edición Moceanu acabó la primera, por encima de las competitivas  Jorkina, Amanar, Produnova, etc. Dominique quería haber repetido experiencia olímpica en la siguiente cita, la de Sidney, pero una lesión se lo impidió. Se retiró ese mismo año, aunque intentó volver seis años más tarde.

A su vida personal, tan volcánica ya desde su más tierna infancia, quedaba por llegar un momento que ella misma califica de “bombazo”: ya casada y a punto de dar a luz a su primer hijo recibe un día una caja con cartas y objetos personales de una tal Jennifer Bricker. Resultaba ser una muy dotada gimnasta paralímpica, que había nacido sin piernas. Jennifer adoraba la gimnasia y parecía haber nacido para ella. Durante los Juegos de Atlanta la seguía pegada al televisor y, por casualidad o no, Dominique Moceanu era su ídolo desde siempre. Jennifer había sido adoptada por los Bricker porque sus padres biológicos la habían rechazado al nacer sin piernas. Sus padres eran los Moceanu y Dominique, su hermana. Al alcanzar cierta edad Jennifer pidió a sus padres la verdad e, investigando, pronto descubrió que su ídolo era su hermana. Ambas se conocieron (hay que señalar que también Dominique era ignorante del hecho de tener esta hermana dada en adopción) y se han convertido en inseparables y admiradoras mutuas, naciendo entre ellas una relación, aunque con décadas de retraso, de auténtica confraternización.

Dominique ha escrito un par de libros sobre su experiencia vital, abriéndose en el último –“Off Balance”- a las verdades sobre el excesivo control al que se ha visto sometida desde niña y el lado oscuro detrás de su hito olímpico, llegando a afirmar que “sufría una dañada imagen física y mental a causa de los patrones alimenticios, nada sanos, y la baja autoestima”.

Dominique Moceanu con su hermana Jennifer Bricker

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