EL “INCIDENTE PULITI” O CÓMO UN OLÍMPICO DE ESGRIMA Y UN JUEZ ACABAN EN UN DUELO REAL
En las primeras ediciones olímpicas había muchas cosas que asentar. Los hechos que trataremos aquí sucedieron durante los Juegos celebrados en París en 1924. Para ello tenemos que ponernos en contexto: periodo de entreguerras, con algunas potencias europeas sufriendo procesos políticos que marcarían su destino de cara a la subsiguiente Guerra Mundial. Este era el caso de Italia y Hungría. En la competición de esgrima, en la que ambas naciones eran tradicionalmente potencias, se ponía en juego algo más que las medallas. Técnicamente, dos estilos y concepciones mismas del deporte. En concreto en la especialidad de sable los húngaros eran más partidarios de conseguir puntos con el filo del arma, mientras que los transalpinos –junto con sus vecinos franceses, otros grandes maestros de la esgrima- eran más partidarios de anotar con la punta. Entraban en juego, pues, la supremacía de una u otra escuela. Los italianos dominaban por entonces todas las armas de la esgrima, mientras que los centroeuropeos se centraron en el sable.
Si había discrepancias técnicas también las había políticas. Italia, gobernada ya en aquel momento por Benito Mussolini, veía unos Juegos Olímpicos como la oportunidad de demostrar el poderío fascista. La squadra azzurra tenía la “obligación” de hacer un gran papel por Italia y por su régimen, para mostrar al mundo su poderío. Adicionalmente –y no con menos importancia- se ponía en juego la superioridad en el deporte de la esgrima, donde ambas naciones dominaban. Eran unos tiempos en los que los nacionalismos europeos, algunos exaltados tras la I Guerra Mundial, otros heridos de muerte por ella, trataban de reconstruirse de cara al exterior.
Tomando en consideración estas características nos centramos en el concurso olímpico. Los italianos tenían un gran equipo en el que destacaba Oreste Puliti. Los primeros incidentes ocurrieron durante la primera fase de la competición de florete por equipos, cuando el equipo italiano en su totalidad fue descalificado al quejarse en pleno sobre una decisión arbitral en su contra. Al parecer, los compañeros de Aldo Boni (el afectado directo por la decisión) se levantaron y cantaron el himno fascista, lo que les provocó la inmediata descalificación. Al negarse posteriormente a pedir disculpas les impidieron competir en el torneo individual.
El ambiente hostil fue en aumento en los días posteriores, llegando a su clímax con una descalificación más de otro azzurro. En este caso sería de su contendiente con más posibilidades de éxito (ya había conseguido dos oros en los Juegos Olímpicos anteriores). Los hechos se sucedieron de una manera algo rocambolesca. La competición se disputaba mediante un round robin (todos contra todos). Se acusó a los italianos de competir con “escaso empeño” contra Puliti, el mejor de ellos, de forma que éste no se cansara, asimismo de engordar sus estadísticas mejoradas gracias a los encuentros contra sus compatriotas. El juez francés denunció la táctica y el juez húngaro Gyorgy Kovacs amenazó con retirarse si no se hacía nada al respecto. Puliti realizó entonces amenazas sobre Kovacs y éste llamó a una reunión del jurado de apelación. Se decidió expulsar a Puliti, lo que provocó la retirada del resto de italianos en solidaridad con él. A continuación entró en liza la diplomacia. El Comité Olímpico italiano envió una carta alegando que todo se debió a un malentendido por parte de Kovacs.
El caso no quedó ahí. Días más tarde Puliti y Kovacs se encontraron por casualidad en el mítico Folies Bergères de la capital francesa. Se cruzaron palabras de peso. El italiano retó en duelo al húngaro, que al principio hizo oídos sordos para, finalmente, aceptar para “defender su honor” (recordemos que estamos en 1924). Los dos pertenecían a familias de la, por así denominar, aristocracia militar, así que acceder el reto del duelo era un deber.
El duelo se celebró, pero hasta que tuvo lugar se trató el tema de si el COI tenía que tomar o no cartas en el asunto. No estaba claro si se trataba de un tema personal o si era hereditario claro de lo ocurrido en los Juegos Olímpicos. Determinar eso implicaría la entrada o no del COI en el asunto. Incluso Pierre de Coubertin tomó tangencialmente cartas en el asunto, aunque bien es cierto que se limitó a pedir el informe de unos testigos. Finalmente el COI excluiría a Oreste Puliti de participar en Juegos Olímpicos futuros. Pero antes de que se celebrara una nueva edición olímpica Puliti tenía pendiente otra “competición”, de muy distinto orden: el duelo con el juez Kovacs se produjo, en noviembre de 1924, en Nagykanizsa, en la frontera de la entonces Yugoslavia y lo hizo con el sable como arma y durante más de una hora. Tras una treintena de ataques en los que ambos contendientes acabaron con heridas, el duelo finalizó tras llegar a un acuerdo. El honor de ambos, supuestamente, ya estaba restablecido.
Lo curioso del asunto fue que, tras tanto incidente Oreste Puliti no solo pudo volver a ser olímpico –en los Juegos de Ámsterdam 28-, sino que allí consiguió dos medallas más, una de oro y otra de plata. Todo ello en medio de presiones, juegos diplomáticos para que pudiera volver a participar, desacuerdos y, en fin, una táctica detrás del terreno de juego que implicó a demasiados altos organismos deportivos (COI, FEI, CONI…). Casi tanta diplomacia y conflictos como los que se estaban desarrollando en Europa en esos años, de preguerra ya. En cualquier caso sí, podemos afirmar que un conflicto olímpico llevó a un campeón y a un juez a batirse en duelo.