ROSIE MACLENNAN: VOLANDO HACIA LA GLORIA OLÍMPICA
Los que siguen al detalle el desfile de atletas en las ceremonias de apertura de unos Juegos Olímpicos generalmente encuentran como abanderados de cada país una pléyade de grandes campeones cargados, cada uno, de medallas olímpicas. Porque solo los más acreditados atletas olímpicos son elegidos como representación del resto de su delegación. En Río 2016 la abanderada canadiense no le sonaba a casi nadie, seamos sinceros. Su nombre es Rosie MacLennan. Sigue sin sonar, ¿verdad? Sin embargo, en la edición anterior, la de Londres 2012, consiguió el único oro olímpico para su país –que, por cierto, repetiría en la edición de Río-. La razón del desconocimiento de su persona puede muy bien deberse a la modalidad deportiva que practica: la gimnasia de trampolín.
La saltadora (el deporte consiste en puntuar una serie de saltos sobre una cama elástica en un determinado tiempo) canadiense, además de aportar alegrías a su país con dos oros olímpicos seguidos (primera deportista de un deporte individual de su país en lograrlo) ha tenido a sus seguidores en un ay por las conmociones sufridas en tres percances, uno ya cerca de las fechas olímpicas de 2016. La primera vez durante un entrenamiento en 2012, que le hizo perderse el consiguiente campeonato nacional; la segunda cuando se golpeó seriamente la cabeza con la puerta de un coche y la tercera, la que puso en peligro su tercera participación olímpica –y eventual segunda medalla de oro- ocurrió durante otro entrenamiento. Rosie aterrizó mal, desviada, dándose con un lateral de la cama elástica donde se ejercitan los saltos. Pese a ello ganó dos semanas más tarde en los Juegos Pan Americanos, pero al finalizar éstos tuvo que descansar para recuperarse del todo de la conmoción cerebral sufrida.
Si siempre una conmoción cerebral es peligrosa para cualquier persona y no digamos deportista para el ejercicio de su práctica, para un gimnasta de trampolín los efectos son aún peores. En el caso de MacLennan los padecimientos tras sus golpes fueron relativamente graves y, en todos los casos, le dificultaban cuanto menos la práctica deportiva: problemas en la percepción espacial (algo más que básico en esta especialidad), mareos, fotosensibilidad, etc. Lo que es peor, sus ojos temblaban en mitad de su rutina. A todo ello hay que sumar la incertidumbre y el temor hacia su estado de salud. Las dudas sobre si podría continuar con la gimnasia de trampolín le asaltaron. Se impuso un reposo de meses. Antes de recomenzar con los entrenamientos físicos tuvo que ejercitar los mentales y, sobre todo, lo más imperioso era recuperar el sentido del equilibrio.
Pero MacLennan demostró poseer (otro ejemplo más) ese carácter que solo tienen los campeones olímpicos. En Londres iba a ser la elegida para portar la bandera canadiense en la ceremonia de clausura, al ser la única medallista del metal más preciado de su país, pero una polémica decisión determinó que el honor recaería en la futbolista Christine Sinclair. En Río le tocaba ya el turno a Rosie y no se lo pensaba perder.
Los juegos infantiles con su abuela, que obligaba a realizar actividades físicas a ella y sus hermanos para conseguir determinadas recompensas, habían dado sus frutos. El fuerte espíritu olímpico de Rosie fue recompensado con creces. Cuando ya había sido olímpica, en la edición de Pekín 2008, con modestos resultados, decidió participar en los Juegos “de casa”, los de Invierno de Vancouver 2010, como voluntaria. Para serlo se gastó las millas de viajero frecuente para volar desde su residencia de Toronto y, para no gastar el dinero en alojamiento, durmió durante días en un saco de dormir sobre el suelo del pequeño apartamento de su hermano en Vancouver. Disfrutó de la tarea enormemente. Tuvo que hacer de todo desempeñando esa labor de voluntariado: desde llevar recados de todo tipo a reponer comida o –y esta es una tarea que le encantaba- imprimir las fotos de los medallistas locales para ser enmarcadas. Ahora su foto es la que hay que enmarcar, por partida doble.