YA SON DIEZ AÑOS SIN PAQUITO FERNÁNDEZ OCHOA
Paquito Fernández Ochoa nació en una época en la que ser español y campeón en un deporte mal llamado “minoritario” convertía sus actuaciones deportivas en heroicidades. Primo-hermano de los Bahamontes, Ballesteros o Nieto sumaba un carácter simpaticón (no queremos decir que los citados estuvieran privados de ese rasgo) que le hizo ser querido en el mundo entero, incluso en naciones para los que decir su nombre no significaba evocar triunfos que portaban orgullo. Todo español sabe que él fue la primera medalla del que ahora se hace llamar TeamESP en unos Juegos Olímpicos de Invierno. Fue –y sigue siendo- el único oro. No todos saben que su medalla en el eslalon de Sapporo 72 suponía en conjunto solo el tercer oro español en unos Juegos Olímpicos y que habían pasado la friolera de 44 años desde el anterior. Esa fue la España deportiva durante decenios y decenios. En ese desierto de la excelencia individual destacar a nivel internacional tenía tanto mérito o más que si, parafraseando al propio Fernández Ochoa, un austriaco despuntara en una corrida de toros. Es de merecer, pues, destacar el logro de Paquito o, mejor decir los logros. Porque casi tan gran logro como vencer un oro olímpico (y al esquiador más en forma y laureado en su momento, el gran italiano Gustav Thöni ) y, por tanto, inscribir por vez primera el nombre de España en el medallero olímpico invernal, mayor logro quizás fue crear afición a un deporte en todo un país. España, nación colmada de montañas, irónicamente no ofrecía esquiadores competitivos a nivel internacional. El eco de los éxitos de tanto Paquito como de su hermana Blanca resonaron con tal fuerza que pusieron casi de moda la práctica de ese deporte en su propio país, normalizando algo que debería ser, por otra parte, lógico.
Los éxitos de los Fernández Ochoa introdujeron asimismo al deporte alpino en las parrillas televisivas hispanas (lo que, a su vez, crea afición y a posibles futuros campeones). Mucho deben a esa madrileña familia los internacionales del esquí español posteriores. Y aquí tenemos que repetir esa palabra que automáticamente se asocia cuando se nombra a este monstruo del deporte hispano: pionero. Es inevitable referirnos a él con ese término, porque su labor, buscada o no, conllevaba un rasgo claro de ser el primero, el soldado a la vanguardia que abre brecha (una brecha, por cierto, que ninguno de sus continuadores ha conseguido igualar en cuanto a resultados se refieren). Es manido el término, pero es el que le hace justicia a uno de los últimos ejemplares de la excelencia en el deporte de aquellos nacidos en la península Ibérica (o islas) ¿Era más difícil destacar en un país sin medios o en otro con una base y, por tanto, muchos más practicantes y competencia? Hay partidarios de ambas tendencias, pero el argumento se vuelve absurdo si tenemos en cuenta que nadie elige nacer en una época determinada. Paquito Fernández Ochoa nació cuando nació y realizó un papel que superó la altura de muchos de sus coetáneos y por ello merece el reconocimiento a su mérito. Naciera pronto o no lo que sí es seguro es que murió temprano, muy temprano, hace ahora diez años. Una década huérfanos de sus triunfos; de sus comentarios televisivos; de su labor directiva en pos de traer competiciones de alto nivel a España; de su simpatía a raudales; de sus clases como maestro del esquí (que realizó en Estados Unidos, Francia y Suiza o en España al propio rey Juan Carlos I, del que fue monitor); años sin su personalidad arrolladora; años en los que se ha notado la ausencia del grande –pese a sufrir en su día bromas por ser canijo- de Cercedilla. D.E.P. un grande del deporte, Paquito Fernández Ochoa.