LA LLAMA OLÍMPICA QUE CASI NO LLEGÓ A LOS ÁNGELES 84
Cuando vemos la histórica recreación del encendido de la llama olímpica en la antigua Olimpia -iniciando así un recorrido que la llevará hasta el destino final de la ciudad olímpica sede de turno-, no podemos pensar otra cosa sino que todo el proceso sea plácido. Muy distinto fue lo que sucedió en los Juegos de Los Ángeles 84, donde estuvo lleno de avatares, entre los que no dejó de jugar un papel importante un robo del fuego olímpico.
Los Juegos de la ciudad californiana supusieron un cambio radical respecto a los más recientes celebrados en una aún soviética Moscú. Entró en ellos de lleno el capitalismo, a regañadientes del propio COI, que siempre ha querido mantener íntegro el espíritu olímpico y alejarlo de comercializaciones. Peter Ueberroth, encargado de la organización de dichos Juegos, tenía una mentalidad comercial. Quería que los Juegos dieran dinero, algo que no sucedía desde hacía varias ediciones (recordemos por ejemplo el desastre de Montreal 76, que no ha acabado de pagar las deudas causadas por su edición hasta hace bien poco). Eso chocaba de pleno con las ideas y principios del COI. El tira y afloja entre ambos organismos (COI y Comité Organizador de Los Ángeles 84) llegaría a provocar una auténtica crisis.
A Ueberroth se le ocurrió que el recorrido de la antorcha olímpica a lo largo y ancho de Estados Unidos estuviese patrocinado o, mejor dicho, que los relevistas portadores de la antorcha pagaran por ello, algo impensable para el máximo organismo olímpico. Eso sí: era por una buena causa y no por afán recaudatorio, ya que el dinero ingresado se invertiría en actividades deportivas de los jóvenes locales.
Primero se puso a la venta por 3.000 dólares un kilómetro del recorrido, pero no fue aceptado. La idea del jefe de organización de LA 84 era subastar 10.000 de los 15.000 kms. del recorrido por todo Estados Unidos de la antorcha olímpica. Para dejar constancia de la falta de afán de lucro o, al menos, para maquillar el aspecto comercial, se concedió el primer kilómetro a alguien significativo en el mundo del olimpismo: lo realizaría Gina Hemphill, nieta de Jesse Owens. Junto a ella otro personaje emblemático: el mítico Jim Thorpe, representado por su nieto Bill Thorpe Jr.
No solo el COI se oponía a la mercantilización del fuego olímpico, sino que se negó en redondo el alcalde de Olimpia. No cedería. Estaba fuera de toda cuestión: el fuego sagrado no se encendería en la histórica Olimpia para cederlo a fines comerciales.
El día de la tradicional ceremonia del encendido se acercaba y el alcalde griego seguía en sus trece. Consideraba incluso sacrílego el uso que pretendía hacer Ueberroth del fuego olímpico. No obstante, el alcalde no podía olvidar que no realizar la ceremonia traería consecuencias negativas para Olimpia en el aspecto económico, tan dependiente como es la ya en decadencia ciudad de estas tradiciones relacionadas con su pasado glorioso. Es más: Ueberroth aprovechó para destacar que también la ciudad de Olimpia comercializaba con el fuego sagrado mediante la venta de productos relacionados con él a modo de souvenirs.
Hubo muchas reuniones con la intermediación del COI, entonces presidido por Juan Antonio Samaranch, pero no se llegaba a un acuerdo. Al español se le ocurrió una solución para salir del paso: pedirle el fuego sagrado a Sarajevo, sede de los Juegos inmediatamente anteriores. El alcalde entonces yugoslavo no quiso enemistarse con su vecino griego, así que alegó que habían apagado la llama. A una semana de la programada celebración de encendido el COI acometió una operación digna de una película de espías: se trasladaron a Olimpia dos miembros del staff del COI para acceder clandestinamente a la llama sagrada (cosa que en secreto filmaron por si era necesario demostrar que se trataba de fuego de Olimpia), para posteriormente trasladarlo a Lausana con la excusa de que “siempre debería haber en la sede del COI algo para casos de emergencia”.
El anuncio a Grecia era claro: o celebraban como siempre la tradicional recreación, como estaba previsto, o el COI mandaba el fuego que conservaban en su sede a Los Ángeles. Los griegos cedieron pero también lo hizo el Comité Organizador de LA. Las presiones habían sido tantas que finalmente suspendió la comercialización del recorrido de la antorcha olímpica “en consideración a la sensibilidad del pueblo griego […] y a la preocupación mostrada por el Comité Olímpico Heleno”. Este fue el final de una crisis prácticamente olvidada y que provocó meses de negociaciones y dolores de cabeza a más de un dirigente. La intrahistoria de la organización de unos Juegos.