MOMENTOS OLÍMPICOS MÁGICOS 19: KERRI STRUG O EL ORO DEL PUNDONOR
Hubo una época –que duró décadas- en la que las competiciones de gimnasia artística eran dominadas total y absolutamente por las rusas (o, mejor dicho, soviéticas) y/o las rumanas. Aún no habían arrasado las pistas las deportistas chinas pero incluso antes de que éstas apabullaran al mundo a las gimnastas del Este les salió una dura competencia: las componentes del “Magnificient Seven” o, lo que es lo mismo: el equipo estadounidense. Empezaron a alcanzar el máximo nivel en los 90, muy posiblemente con vistas a unos Juegos Olímpicos que se iban a disputar en casa: los de Atlanta 96.
La final por equipos es el primer concurso gimnástico que se celebra, cronológicamente. Las locales habían estado las tres primeras rotaciones a remolque de las rusas –ya no soviéticas-, pero el margen era estrecho y todo podía ocurrir. Así las cosas llega el último cartucho: mientras que las rusas están en suelo las locales compiten en salto. Cuatro gimnastas por equipo y, en el caso del salto, dos saltos por gimnasta –en la época; posteriormente se pasó a saltar dos veces únicamente en la final por aparatos-. Las norteamericanas no acaban de estar finas y Dominique Moceanu, la tercera en saltar, se cayó en sendos saltos, bajando la nota total provisional de su equipo. Era el turno de la última gimnasta: Kerri Strug.
En su primer salto Strug no completó del todo la rotación en su caída, lo que le provocó no solo no realizar un salto perfecto, sino, lo que es peor, una lesión en su tobillo. Mientras, la rusa Roza Galieva consiguió una pobre puntuación en el suelo. Strug, muy dolorida, pregunta si matemáticamente es necesario que realice su segundo salto, a lo que su entrenador, el estricto Béla Károlyi, famoso por su alto nivel de exigencia, le replica “Lo tienes que hacer. Te necesitamos para el oro. Tú puedes hacerlo. Más te vale que lo hagas”. Strug se vio, pues, obligada a realizar un segundo salto que podría comprometer, como así sería a posteriori, su participación en las finales individuales y por aparatos -a las que ya se había clasificado-. Pero Kerri demostró ser tan dura como este deporte muchas veces requiere. Afrontó la carrera hacia el potro mostrando ya una ligera cojera; realizó un Yurchenko mortal y medio limpio y apoyó ambos pies en el suelo por una milésima de segundo para, a continuación, levantar su pierna a la pata coja, tanto era el insoportable dolor de su tobillo con dos ligamentos ya rotos en ese momento, y finalmente cayó de rodillas sobre las colchonetas. Este su segundo salto, de gran factura, obtuvo aún mejor puntuación (9.721 puntos). Dos voluntarios la cogieron, mientras la brava atleta suplicaba que no la trasladaran al hospital. Estados Unidos había conquistado el oro por equipos por primera vez en su historia.
Ese momento de gloria histórica casi se lo pierde la heroína Strug. Su lesión, que resultó ser un esguince lateral de tercer grado y daños en el tendón, le impedía, literalmente, subir al podio. Y entonces llegó el momento de La Foto: el duro Béla Károly agarró en brazos a Kerri y la subió al podio para recoger su merecida medalla dorada. Nada podía impedir su momento, el momento de la artífice que determinó el metal de la medalla. Aunque, todo hay que decirlo, sólo con posterioridad al segundo salto de Strug se supo que, matemáticamente, a Estados Unidos no le hacía falta, puesto que por puntuación ya no podía alcanzarla Rusia.
El pundonor de Strug, su sentido del equipo es verdad que le causó faltar, como se ha dicho, a las finales individual y por aparatos –y, por ende, privarla de más posibles medallas-, pero el momento de su valeroso salto pese a estar lesionada le valió el reconocimiento de su país, personificado sin ir más lejos en su entonces presidente, Bill Clinton, que la recibió. Asimismo, las portadas de la prensa de su país clamaban con enormes titulares tales como “Corazón valiente” o “Agonía y éxtasis”.