WALTER McCOY, EL ATLETA AL QUE PAGARON POR NO IR A LOS JUEGOS OLÍMPICOS
Montarse en un ascensor puede arruinar un sueño olímpico…aunque luego reporte 900.000 dólares. El protagonista de esta rocambolesca historia es el atleta estadounidense Walter McCoy. Predestinado a haber sido olímpico en tres ocasiones sólo pudo serlo en una, aunque le reportara toda una medalla. Ocurrió en su propio país, durante los Juegos celebrados en Los Ángeles en 1984. Walter formaba parte del conjunto que se proclamó campeón en los relevos de 4×400. Bien es cierto que no corrió la final, pero por haber participado en pruebas previas fue tan merecedor de la medalla como el cuarteto que disputó la última carrera.
McCoy había sido seleccionado para correr los 400 metros en la Olimpiada anterior, la de Moscú. Bueno, ser seleccionado no es el término adecuado cuando se habla de los deportistas de Estados Unidos, puesto que se ganan su pasaporte olímpico en la propia pista, participando en las pruebas previas a los Juegos –los conocidos trials-. McCoy se encontraba en un excelente momento de forma y así lo probaban sus marcas, pero nada pudo hacer contra la alta política exterior, en plena guerra fría, y no pudo estrenarse en los Juegos de Moscú 80. Sin embargo, lo que le impidió acudir a representar a su país en Seúl 88 fue un hecho mucho más banal y tan curioso que se merece que escribamos sobre él por lo fuera de lo común.
Walter estaba preparándose a conciencia para los trials que daban los billetes para la capital surcoreana. Se encontraba con su familia en el hotel Holiday Inn de Tampa, Florida cuando entró con su esposa e hijo en un ascensor de dicho establecimiento. El elevador cayó repentina y bruscamente dos plantas hasta el suelo, lo que le provocó lesiones en el cuello que el mismo atleta describió gráficamente con la imagen de un dispensador de caramelos Pez. Así sintió su cuello el atleta. Durante los siguientes quince días McCoy no pudo ni siquiera entrenarse. Quedaba otra quincena para los trials. Walter acudió a ellos, pero su condición física dejaba mucho que desear. No ayudó la lluvia y la bajada de temperaturas, que afectaron a su cuello. Perdió la clasificación olímpica por apenas uno o dos puestos. Mientras corría, no dejó de acompañarle el dolor, especialmente insoportable cuando apretaba el acelerador. Los tiempos previos de esa temporada le hacían estar muy esperanzado: la clasificación olímpica estaba en sus manos. De hecho, nunca se había sentido mejor corriendo que durante aquella temporada…hasta el accidente en el ascensor.
Tres años más tarde McCoy aún sufría dolores, hasta tener que retirarse antes de tiempo. Lo que es peor: se sentía estafado. Estafado entre otras cosas porque, objetivamente, el mediofondista dejó de recibir ingresos desde su lesión. Así que el atleta decidió demandar al hotel donde se produjo su accidente. Sólo en un país como Estados Unidos pueden llegar a feliz término estos juicios, pues McCoy acabó recibiendo en 1994 casi un millón de dólares por los daños causados (aunque él pedía al menos el doble)…aunque no sabemos en cuánto valoraría –si es que es cuantificable- haber sido olímpico, e incluso medallista, en los Juegos Olímpicos de Seúl, donde Estados Unidos volvió a ganar el oro del relevo 4×400. A veces la historia olímpica no la hacen los campeones, ni siquiera los participantes, sino los ausentes.