Concienciados olímpicos,  Heroínas olímpicas

WILMA RUDOLPH, LA GACELA NEGRA QUE PUDO CON TODO

Nacer prematuramente pesando sólo dos kilos (y en 1940) y siendo la vigésima hija no es un buen augurio de vida exitosa. Si encima a los cuatro años se sufre una doble neumonía y, sobre todo, a los seis una poliomelitis con diagnóstico médico de parálisis ya sí que se descartan las posibilidades de convertirse en atleta olímpico. Pero la estadounidense Wilma Rudolph, con la ayuda de la terquedad de su madre, se empeñó en esquivar ese destino que se auguraba pésimo. Durante años su madre o algún hermano tenían que masajearle las piernas cuatro veces al día. Un buen día la pequeña Wilma decidió quitarse los aparatos ortopédicos que tenía en sus piernas desobedeciendo a los médicos, y se lanzó a caminar sola. Esa valiente decisión cambiaría su vida y la de tantas y tantas atletas (especialmente mujeres y negras, como ella) que se sintieron inspiradas por la que mucho más adelante sería denominada “Gacela negra” (o “Tornado” o “Perla negra”). Cuesta pensar que sólo ocho años después de poder a volver a andar se convirtiera en campeona olímpica.

Recuperada la capacidad de andar, Wilma se dedicaba a retar a todos los niños de su barrio a correr, saltar o lo que surgiera, tal era su ansia de recuperar el tiempo perdido. Sus capacidades físicas eran innatas; primero se apuntó al baloncesto, siguiendo el modelo de una de sus hermanas, donde realizó temporadas muy destacables. Pero su potencial mayor estaba en la velocidad y así fue visto por Ed Temple, entrenador de atletismo de la Tennessee State University, quien la descubrió para el atletismo. Fue un descubrimiento mutuo: Wilma realizó una inmersión en el deporte rey, mientras que el atletismo gozó desde entonces de la que se convertiría en la mujer más veloz de su generación.

Siendo la más joven de la expedición de Estados Unidos a los Juegos de Melbourne 56 ya volvió con una medalla: el bronce del relevo 4×100. Cuando volvió a su ciudad natal y enseñó la medalla, toqueteada por tantos de sus conciudadanos, se dio cuenta de que el bronce es un metal del que no se borran las huellas. Esto había que arreglarlo: Wilma decidió que la próxima vez sólo ganaría oros…y lo cumplió.

Acudió a los Juegos de Roma 60 y volvió como la reina de los mismos, venciendo tres oros: en los 100, los 200 m, y de nuevo el relevo 4×100, prueba del especial agrado de Wilma, ya que le satisfacía especialmente contribuir a un éxito en común y vivirlo junto a sus compañeras de equipo. La velocista ya se había convertido en la primera atleta de Estados Unidos en ganar tres oros olímpicos en atletismo en unos mismos Juegos.

El regreso victorioso a Tennessee se vio envuelto en una desagradable polémica ya que la propia homenajeada se negó a asistir a su celebración al tratarse de un evento marcado por la segregación. Finalmente, la deportista consiguió que el desfile y el posterior banquete se convirtieran en el primer evento en la historia de su ciudad que contó con una total integración racial.

Sorpresivamente la atleta se retiró con solo 22 años, debido a que pensó que le sería imposible igualar su marca de tres oros de Roma 60, pero dedicó el resto de su corta vida (pues moriría apenas con 54 años, siéndole detectados poco antes sendos tumores en el cerebro y en la garganta) a favorecer el desarrollo del deporte entre los más pobres. Se dedicó a la enseñanza –tanto como profesora como como entrenadora- y a la lucha por la igualdad racial, participando en la “Operación Champion” que tenía como fin la práctica del deporte en el seno de los guetos de las grandes ciudades. Llegó a crear su propia fundación, la cual facilitaba la práctica gratuita del deporte. Fue alabada y respetada por muchos colectivos de la sociedad, incluso en tierras tan lejanas como Berlín, donde una escuela lleva su nombre por la relación que tuvo la atleta en la caída del muro de Berlín.

Asimismo fue un ejemplo para la lucha por los derechos civiles, pues participó en numerosas protestas que peleaban por ellos y se convirtió en una ciudadana comprometida.

Rudolph acuñó muchas frases lapidarias, entre las que destacamos esta, que puede bien servir de consigna a todo deportista que se precie: “Vencer es bellísimo, pero el secreto está en aprender a perder. Nadie puede ser siempre imbatible”.

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