MOMENTOS OLÍMPICOS MÁGICOS 15: LA INIGUALABLE FINAL DE DANZA DE SALT LAKE CITY
17 de febrero de 2002. Día memorable para el patinaje artístico olímpico, puesto que ese día quedaría para los anales como la mejor final en la categoría de danza jamás disputada. En medio de unos Juegos Olímpicos –los de Salt Lake City- polémicos desde su misma concepción y por unas sospechosas calificaciones del jurado de parejas en particular, hasta siete dúos salían a la pista con posibilidad de medalla. Sí, quizá aún no era el turno de la aún demasiado joven pareja rusa compuesta por Tatiana Navka y Roman Kostomarov (que acabarían décimos); ellos ya triunfarían más adelante. Puede que tampoco del fabuloso pero no magistral nivel de los búlgaros Albena Denkova y Maxim Staviski (séptimos), así como de los israelíes Galit Chait y Sergei Sajnovski (sextos) pudieran llegar al podio. Incluso los alemanes Kati Winkler y René Lohse (octavos) no habrían desmerecido entre los medallistas, pero a todos ellos les tocó coincidir con una generación sublime de patinadores.
El escenario también iba a suponer la ocasión de que se reencontraran, esta vez como rivales, la pareja formada por Ilia Averbukh y Marina Anissina. Ella había nacido rusa, hija de una patinadora olímpica y de un campeón mundial de hockey hielo soviéticos; se unió a Ilia, con el que llegó a representar a la URSS y posteriormente a Rusia. Juntos se proclamaron campeones mundiales junior, pero en 1992 Averbukh la abandonó para hacer pareja con Irina Lobacheva, de la que se había enamorado. Marina tuvo que pasarse varios meses entrenando sola, a la espera de que una apática Federación Rusa le buscara un nuevo compañero. Al inhibirse, su madre y ella se pusieron a estudiar vídeos de posibles candidatos. La elección recayó en el canadiense Victor Kraatz –contra el que también competiría en Salt Lake City- y el francés Gwendal Peizerat, a los que las Anissinas decidieron mandarles cartas solicitando su colaboración. La de Kraatz nunca llegó a su destino, lo que marcó la decisión hacia el francés. Marina se nacionalizaría francesa y, de esta manera, con el tiempo le proporcionaría a Francia su primer oro olímpico en patinaje desde 1932. Su programa libre en Los Juegos de 2002, “Liberty”, jugaba con el público local, ya que contenía palabras de la boca del mismo Martin Luther King, sacadas de discursos. En cualquier caso su elegancia y habilidades harían que el oro fuera a parar a los franceses y se escapase, sólo por segunda vez en la historia, a la pareja rusa. Sí, esa compuesta por Ilia, el compañero que la abandonó y por Lobacheva.
Pero, aun estando cargado de arte y técnica al máximo nivel, la mayor emoción no estaba en la lucha por el oro, sino por el bronce (la plata sería para los rusos ya mencionados). Por primera vez unos italianos aspiraban al oro: Barbara Fusar-Poli y Maurizio Margaglio venían con la vitola de vigentes campeones mundiales. El carisma, sobre todo de ella, y una depurada técnica les hacían candidatos serios al oro. Su programa libre era ambicioso: “I will survive” para capturar al público y ponerlo de su parte. Pero sucedió algo que raramente ocurre en la categoría de danza, a diferencia del resto de ellas: una caída. En su caso fue de Maurizio, en medio de una secuencia de pasos en diagonal, en mitad del programa. La simpática Barbara no perdió la sonrisa, pero en cuanto acabó la última nota musical su cara reflejaba el tremendo disgusto. En el kiss & cry (más cry que kiss que nunca) Margaglio no dejaba de declarar su sorpresa, puesto que se encontraba en el momento de la caída muy tranquilo. Aun así la pareja se salvó de la quema y al menos accedió a la medalla de bronce.
Era el turno de los canadienses Shae-Lynn Bourne y Victor Kraatz, que estaban cerca de los italianos. Ya venían de un rabioso cuarto puesto en los Juegos anteriores de Nagano 98, no falto de polémica en las votaciones. En Salt Lake City realizaron un magnífico programa con la música del rey del pop local y mundial: Michael Jackson –concretamente, su tema “Billie Jean”-. Tan bien lo hicieron que parecía que el bronce se iba a decantar de su parte y arrebatarlo a los italianos, pero en el ultimísimo segundo los canadienses se caen en unos elevados que tratan de enmascarar, intentado hacer ver que el número acababa sobre el hielo, no pudiendo engañar al experto ojo del jurado. Una lástima que esta magnífica pareja de danza nunca haya podido ganar un metal olímpico.
Ahí no queda la cosa: los lituanos Margarita Drobiazko y Povilas Vanagas también realizaron un programa digno de medalla, pero no pudieron superar la quinta posición. Insatisfechos, consideraron que su puesto era injusto debido a las caídas de sus dos máximos competidores: los italianos y los canadienses, que les precedían. Por ello realizaron una protesta oficial, convencidos de que las deducciones habían sido escasas, pero fue en balde.
Todos los patinadores nombrados hicieron posible que los espectadores viviésemos una emocionante final olímpica al más alto nivel.