CATHY FREEMAN: LUCES Y SOMBRAS DE LA PRIMERA CAMPEONA OLÍMPICA ABORIGEN
Cathy Freeman procede de una familia de la zona más marginal de Australia. Su madre era limpiadora en la escuela local, mientras que su padre era un ex jugador de rugby. Por sus venas corría una mezcolanza de sangres: china, escocesa y siria, pero ella se consideraba una aborigen. Con los años, de hecho, se convertiría en el primer deportista aborigen en llegar a unos Juegos Olímpicos –en Barcelona 92, su primera experiencia-. Cathy tenía clara su vocación, pues ya con 14 años afirmaba que su aspiración era ganar una medalla olímpica. A esa edad ya había ganado los títulos nacionales de salto de altura, 100, 200 y 400 metros, prueba que se convertiría con el tiempo en su auténtica especialidad.
Pero Cathy no tuvo un camino de rosas. Tras sufrir racismo en la escuela, un padre alcohólico (su muerte llegó a suponer un alivio para ella) y una madre estricta, tuvo que realizar infinidad de trabajos: peluquera, camarera, empleada de una tienda de deportes, cartera…La salud tampoco le acompañó: amén de las habituales lesiones por la práctica del deporte, Cathy contrajo fiebre glandular con once años, perdiendo dos meses que supusieron un retraso en su evolución atlética. Laringitis, infección de oído…todo queda en nada comparado con la depresión neurótica que sufrió al descubrir las infidelidades de su primer marido.
Y es que en el asunto sentimental también ha sufrido lo suyo nuestra protagonista. Nic Bideau, su primera pareja, periodista deportivo al que conoció cuando éste la entrevistó en los Juegos de la Commonwealth de 1990, le fue infiel con la atleta irlandesa Sonia O´Sullivan. Cuando se enteró, Cathy se volvió obsesiva y se dio a la bebida y al tabaco. La guerra empezó entre ellos: ella le intentó arruinar y él desacreditarla en sus escritos. Entonces Freeman conoció a Alexander Bodecker, un empleado de Nike. Cuando peor iban las cosas en su relación la atleta se sintió obligada a permanecer a su lado, pues se le había detectado un cáncer de garganta, no sin antes pasar por una tremenda pelea entre Nic y Alexander tras los Mundiales de Sevilla, pues su primera pareja aún sentía celos de ella.
¿Puede haber más tragedia en la vida de Cathy? La hubo: su hermana Anne-Marie, que había nacido con parálisis cerebral, murió de un ataque de asma sólo tres días después de que Cathy ganara su primer oro en unos Juegos de la Commonwealth, con 16 años.
Estrictamente en el ámbito deportivo Freeman desarrolló una exitosa pero corta carrera, especializándose en la media velocidad. Los 400 metros eran su prueba. Ya tenía una plata en Atlanta cuando llegaron los Juegos en su país. Freeman era tan considerada en Australia que, además de participar –y ganar- en los 400 metros se le concedió el honor de ser la última portadora de la antorcha olímpica y de encender el pebetero. ¿Un guiño a su condición de aborigen? ¿Una manera de pagar a la llamada “Generación perdida” de sus congéneres? Sea como sea, a Freeman se la consideró una heroína nacional, además de icono del pueblo aborigen australiano.
La presión fue tanta que apenas pudo seguir compitiendo. Empezó tomándose un año sabático –si bien coincidió con la enfermedad de su marido, al que estuvo cuidando-, para retirarse oficialmente en 2003. Su mejor momento ya lo había vivido, cuando “no sentía tocar el suelo con sus pies dado el ambiente que se vivía en el estadio olímpico de Sidney”, en su final olímpica en casa. Aun así, se sintió “abrumada, muy presionada”. Tanto, que barajó la posibilidad de unirse a un circo tras Sidney 2000. Tras esos Juegos Cathy había perdido el hambre de ganar, de seguir dedicando cada una de sus victorias a su hermana, como había hecho hasta entonces.
El carácter volátil de Freeman se centró entonces en la creación de una fundación. Los asuntos aborígenes, para los cuales ella es una heroína (agarró la bandera aborigen tras ganar en los Juegos de la Commonwealth de 1994). Freeman siempre ha sido clara en este aspecto: se negó a ofrecer un ramo de flores a la reina, criticó al Primer Ministro de su país durante una cena de gala durante Sidney 2000, incluso planeó la idea de que boicoteara sus propios Juegos, pero decidió competir para representar a su pueblo aborigen.