MOMENTOS OLÍMPICOS MÁGICOS 11: DAVID CAL DINAMITA LA FINAL DE C1-1000 DE LONDRES 2012
David Cal acudió a los Juegos de Londres encarnando un arquetipo al que el deporte español nos tiene demasiado acostumbrados: el héroe individual salido de la nada y que no se sabe por qué eligió practicar un esclavo deporte minoritario que no le reportaría dinero y, a lo sumo y con mucho esfuerzo y suerte, algo de fama.
El piragüismo fue el elegido por este gallego hijo de panadero cuando empezó a practicarlo con ocho años. Un piragüismo que le reportaría tantas medallas hasta convertirlo en el mayor laureado español en la historia de los JJ.OO. Pero para conseguirlo y superar al ciclista Joan Llaneras y a la tenista Arancha Sánchez-Vicario David Cal tenía que acertar en la diana en Londres 2012 en su única participación. Hasta entonces sus medallas habían llegado a pares: oro y plata en Atenas y doble plata en Pekín, ambas en las dos únicas pruebas en las que se había especializado: la canoa individual en las distancias de 500 y 1.000 metros. Pero en Londres Cal se lo jugaba todo a una carta, pues había desaparecido del calendario olímpico una de sus pruebas fetiche, en concreto la más corta. El piragüismo es uno de los deportes víctimas del apretado calendario olímpico; como les pasa a otros como la esgrima, la natación sincronizada o los saltos de trampolín por poner únicamente tres ejemplos, no cuenta con todas las pruebas posibles en los JJ.OO. En ellos no se llegan a disputar todas las pruebas que sí se realizan en los Mundiales, Europeos, etc. En ocasiones se rotan pruebas, en otras simplemente desaparecen de la quincena olímpica. En cualquier caso, Cal no ha llegado a fallar en ninguna de sus apariciones olímpicas, aunque se lo jugara todo a una baza y llegara a peligrar muy mucho su única apuesta.
En Londres el gallego aún no veía cercana su retirada –que se acabaría produciendo antes de que pudiera sumar a su palmarés otros Juegos, los de Río- pero su apuesta disminuía a la mitad en cuanto a oportunidades de medalla.
Las aguas de Eton Dorney, desde donde se distinguía el castillo de Windsor, podían coronarle como el rey del olimpismo español. Su entronación llegó a peligrar pues, en una emocionantísima final, Cal tuvo que demostrar que, pese a estar disputando una carrera de 1.000 metros, estaba acostumbrado a la velocidad de las carreras cortas y, por tanto, de los esprints. Sin un esprint se iba a escapar la ansiada medalla –sin duda la más disputada de su carrera olímpica- que le hiciera entrar en la Historia.
David iba por la calle 7, flanqueado por el palista canadiense y el bielorruso. No estaba, pues, situado en el centro de los contendientes, el lugar donde se colocan los que han accedido con los mejores tiempos. Tras las primeras paladas se colocó último casi a una embarcación del resto. Yendo de menos más, al cuarto de carrera –es decir, 250 metros- el español aún iba en antepenúltima posición. Se antojaba particularmente difícil el metal esta vez. Parecía que el tetramedallista se tendría que consolar con hacer un papel digno, si acaso. Ni hablar de medallas. Pero los campeones están hechos de otra pasta. David Cal no tiró por la borda los centenares de horas de entrenamiento y fue escalando posiciones, aunque había un terceto de cabeza –el uzbeco Menko, el germano Brendel y el francés Goubel- que parecía confortablemente alejado del resto.
Para la mitad de carrera Cal no había conseguido ser más que sexto, pero se acercaba ya peligrosamente al cuarto puesto. Permítanme que introduzca mi apunte personal. Me considero una privilegiada por haber asistido a esta final. Desde mi posición, David Cal pasó en quinta posición. Podría parecer todavía una empresa demasiado hercúlea, pero el ritmo que llevaba el campeón de Cangas de Morrazo me hicieron sentirme optimista: sinceramente, ví que el bronce estaba a su alcance.
Mientras el trío de cabeza parecía desinflarse en cierta medida, era el canadiense Oldershaw el que parecía destinado a poner en peligro los metales que a mitad de carrera parecían ya repartidos. El esprint parecía cosa de cuatro y entre los “agraciados” no se encontraba el español.
Y en esas que llegó “huracán” Cal. Sacando fuerzas no se sabe de dónde dinamitó la carrera y el orden establecido. Sólo el alemán Brundel parecía mantener el suficiente margen de distancia, aunque si la carrera llega a contener unos pocos metros más, nuestro palista se lo habría “comido”. David Cal alcanzó la plata. Una plata que supo a oro. Una medalla que supuso la confirmación de David Cal como el Zeus de un hipotético Olimpo deportivo español. Cal superaría mi optimismo de un bronce al conseguir esta meritoria plata.
2 Comentarios
Robi
¡Qué carrera tan emocionante que hasta me dejé la garganta de gritar en Eton Dorney!. Sin duda la prueba más emocionante que he tenido la suerte de presenciar en directo hasta ahora en los JJOO. Es un grandísimo campeón David. Fue impresionante su remontada.
rinconolimpico
En efecto, fue una final muy emocionante, independientemente de que el protagonista de la gran remontada fuera español. Muy meritorio su papel