ELENA MUJINA: VÍCTIMA DEL RIESGO EN LA GIMNASIA
Nuestra protagonista de hoy no llegó a ser olímpica, pero unos Juegos Olímpicos marcaron su vida y su muerte. Su carrera profesional duró tan solo tres años, sin embargo, marcó y condicionó el futuro de su deporte. Su nombre ha sido un tanto olvidado, injustamente, pese a recibir, sin ir más lejos, una merecidísima Orden Olímpica en 1982, aunque no lograra nunca participar en los Juegos. Hablamos de la gimnasta soviética Elena Mujina.
Esta moscovita vivió desde los tres años la tragedia en sus propias carnes, cuando su padre se marchó de casa y dos años más tarde perdió a su madre en un incendio. La pequeña Lena pasó a vivir con su abuela y a conocer desde bien temprano la gimnasia, al entrar a formar parte del omnipotente club TSKA. Enseguida los técnicos apreciaron en ella cualidades extraordinarias y pasó a ser pupila de Mijail Klimenko. Este entrenador destacaba por su excesiva disciplina y altísimo grado de exigencia.
Pongámonos en contexto: la rumana Nadia Comaneci acababa de arrebatar en Montreal 76 a los soviéticos su hasta entonces aplastante soberanía en la gimnasia. Era algo inadmisible para las autoridades rusas, con unos Juegos a celebrar en la propia casa a la vuelta de la esquina. En Moscú 80 era imperativo vencer en un deporte que tantas victorias les había proporcionado. Mujina, nacida en 1960, suponía la gran esperanza, cuyos frutos va recogiendo en el Europeo de 1977, donde estuvo a punto de vencer a la “gimnasta 10” de Montreal y, sobre todo, en los siguientes Mundiales, donde ya se impuso sobre la rumana y logra hasta cinco oros.
Mujina para entonces -1978- era vista como la competencia más fuerte a Comaneci, incluso superándola. Pero hay que asegurarse de no dejar escapar los Juegos de Moscú 80, así que Klimenko fuerza la máquina y somete a Elena a tremendas sesiones de entrenamientos en las que introduce elementos de la gimnasia masculina. El riesgo es grande, sobre todo con un salto en particular, el salto Thomas, exclusivo de los hombres. La presión es mucha y Klimenko le resta importancia al peligro de rotura de cuello si no se alcanza una altura y velocidad determinadas.
En 1979, a un año vista de la gran cita, Elena se lesiona en una pierna de gravedad. Pasa meses inactiva y, cuando urgentemente se la obliga a volver a la práctica, se vuelve a romper debido a la precipitación. Llega 1980 y Elena puede –forzando la máquina, eso sí- participar en los Juegos a disputar en su casa, pero su forma no ha alcanzado el grado más óptimo. Pese a ello, su entrenador insiste en arriesgarse con el salto Thomas.
Un mes antes de los JJ.OO, en una concentración en Minsk, Elena se rompe durante un entrenamiento realizando el peligroso salto. Queda tetrapléjica al romperse el cuello pero las autoridades soviéticas lo ocultan, limitándose a anunciar su ausencia. Pasaron meses hasta que el mundo supiera lo que le ocurrió. Desde entonces Elena, en silla de ruedas, pasó al más absoluto de los ostracismos, hasta que murió con solo 46 años a consecuencia de complicaciones de su lesión.
En el poco tiempo en que estuvo en activo (tres escasos años) el estilo de Mujina logró calar y dejar huella: creó varios movimientos en suelo, así como en asimétricas, inventando combinaciones que se consideraron revolucionarias; su estilo debía mucho al ballet y lo casó con genial gracia con la gimnasia, destacando sus personales movimientos de manos. Cambió, en definitiva, la gimnasia femenina, también en otro aspecto: desde su caída se prohibió el salto Thomas en la versión femenina de su deporte.