JERZY PAWŁOWSKI, EL CAMPEÓN ENCARCELADO POR ESPÍA
¿Qué puso al considerado -por la Federación Internacional de Esgrima- en su momento mejor tirador de todos los tiempos a ser casi condenado a la pena de muerte? ¿Cómo acabó el nombrado como “mejor deportista polaco de la Historia” condenado a 25 años de cárcel? La vida de Jerzy Pawłowksi dio mucho de sí.
Pawłowksi conoció la esgrima tardía y casualmente, pero este hijo de militar polaco –y militar él a su vez, alcanzando el rango de mayor-, poseía unas habilidades con el sable que le reportaron muchas satisfacciones: cinco medallas olímpicas (entre ellas, el oro de sable individual en México 68, primera vez que alguien no húngaro lograra tal hazaña), infinidad de otras en Mundiales, Europeos y otras competiciones de alto nivel. Pasó con éxito por cuatro Juegos Olímpicos, desde Melbourne 56 hasta México 68 y habría seguido de no haber dado con sus huesos en la cárcel.
Jerzy Pawłowksi fue siempre admirado por todo el mundo de la esgrima por la gracia alcanzada en sus movimientos, el control de su cuerpo -cuyas piernas se movían de tal manera que su torso parecía inmóvil-, su veloz movimiento de muñeca, etc. Se dice que el tirador polaco dominaba hasta ocho movimientos diferentes de ataque. Era un placer verle moverse grácilmente por el parquet durante los asaltos.
Sus medallas, su arte como competidor pero también su fuerte carisma le convirtieron fácilmente en un héroe nacional. Solía aparecer abundantemente en la televisión, escribió varios libros, hablaba varios idiomas y hasta estudió Derecho. Disfrutó, además, de una longeva carrera, pues llegó a disputar de hasta 17 Mundiales en los que fue finalista. Con 42 años estuvo rozando conseguir su última medalla.
Y, entonces, de repente simplemente desapareció. En 1974 fue arrestado “por delitos contra los intereses del estado”. Pawłowksi resultó ser espía de la CIA y agente doble (había tenido que cooperar con la Inteligencia Militar por motivos familiares y personales) y como espía fue juzgado y condenado. Su detención se debió a un soplo. Pawel –su apodo más común mientras fue espía- fue juzgado por un tribunal militar secreto. Los soviéticos presionaron para que le fuera aplicada la pena de muerte, pues habían sido la víctima principal del polaco, pero “sólo” le condenaron a 25 años de cárcel, que no llegaría a cumplir. Se rumoreó que Pawłowksi se libró de una pena mayor por sus contactos con el entonces primer ministro polaco, Wojciech Jaruzelski, con el que solía salir a cazar, así como por haber colaborado contando los detalles de sus actividades y revelando sus contactos.
Es un hecho que inmediatamente tras su detención fueron interrogados hasta 120 tiradores de esgrima polacos y muchos otros altos mandos militares fueron relevados de sus puestos. Hay que destacar que Pawłowksi, como deportista de élite que era, tenía acceso a numerosos viajes al extranjero con sus compañeros de equipo, acompañados siempre por las habituales guardias de los países del Telón de Acero.
Tras pasar diez años entre rejas, dedicado a su nueva afición: la pintura, así como la sanación por imposición de manos (práctica que llegaría a aplicar en un hospital de Varsovia), Jerzy fue liberado, en 1985, en uno de esos intercambios de prisioneros tan de película. En su caso, celebrado en un puente de Berlín, se negó a acudir, prefiriendo quedarse en su país. Polonia se estaba convirtiendo en otro país, liberándose de todo lo que tuviera que ver con el hermano mayor soviético. Pawłowksi, nada más salir de la prisión (con 53 años) se apuntó en un club de esgrima de la capital polaca y volvió a competir, pero su intento de competir en el campeonato nacional quedó en eso, un intento, ante el rechazo de enfrentarse a un traidor.
Aún no está claro por qué se metió a espía este deportista de élite. Sus razones no quedaron del todo claras, pero su círculo apunta a su odio por la URSS, al haber sufrido en sus propias carnes y en las de su familia el acoso soviético nada más acabar la II Guerra Mundial. Él mismo sobrevivió a dos intentos de asesinato por parte del KGB. En su libro “Mi duelo más largo”, sobre sus años carcelarios, confiesa que su motivación era el deseo de libertad. Por ello estuvo espiando –a sus propios compañeros de equipo- a favor de la CIA. Su familia llegó a afirmar que fue reclutado directamente por los americanos, gracias a sus contactos y acceso a viajes.
Sin embargo, otros que le conocieron apuntan a su ambición económica, rasgo que siempre tuvo. Sólo mediante los pagos que recibía de la CIA se explica que tuviera un piso de cinco habitaciones en el centro de Varsovia –recordemos, algo fuera del alcance de todos los ciudadanos medios en época comunista-, un Mercedes y una abundante y rica colección de obras de arte en su casa. Él achacaba sus posesiones a su “suerte en el juego”, negando haber recibido nunca dinero de los americanos.
Se le achacó su materialismo, su arribismo. En sus viajes al extranjero como deportista se dedicaba a negocios propios, pero eso era algo habitual en el caso de los pocos “afortunados” que podían salir de sus cerrados países y mercados, bien por ser deportistas de élite o renombrados artistas. Él confesó tener “corazón polaco y mente americana”.
Este declarado como “activo valioso” para la CIA por tener acceso a la más alta nomenklatura del estado polaco vivió múltiples anécdotas, como gran campeón y como espía. Ejemplo mismo de las múltiples caras que puede llegar a tener un gran atleta olímpico. Una vida sin duda apasionante.