FABIO CASARTELLI: EL CAMPEÓN OLÍMPICO MALOGRADO
Ser ciclista y haber nacido el mismo día que Miguel Induráin debiera ser un buen auspicio. Más si se llega a ganar un oro olímpico contra todo pronóstico en la prueba máxima, la de ruta. A los escasos 21 años Fabio Casartelli lograría ese honor en los Juegos de Barcelona 92.
Este chico de Como, que llevaba involucrado en el duro deporte de las dos ruedas desde que contaba nueve años terminó de la peor de las formas su carrera, que prometía ser grande tras el logro de Barcelona.
A los 24 años, mientras disputaba la 15ª etapa del Tour de Francia, perdió la vida. Una fatídica y maldita caída –que no recuerdan ninguno de los protagonistas supervivientes, pues quedaron afectados por el tremendo golpe en el duro asfalto- se la arrebató. Ni el traslado en helicóptero medicalizado se la salvaría. El golpe contra el asfalto le había provocado daños cerebrales inmediatos que, de primeras, le hacían sangrar por nariz, boca y oídos. Se apagaba de una manera brusca la vida de un joven campeón olímpico.
Su muerte, no obstante, arrastró un aspecto positivo: la obligatoriedad de llevar casco en todas las competiciones, fueran internacionales, nacionales o locales. Fabio no lo llevaba puesto el día de su fallecimiento. Algunos técnicos dicen que aun con él no habría podido evitar la muerte, pues el golpe le dio en la cara al caer al asfalto y ésta no está protegida por el casco. En cualquier caso los expertos sí están de acuerdo en que sus lesiones habrían sido mucho menos graves.
Parecía que la mala suerte, salvo aquel día de verano del 92 cuando ascendió a lo más alto del Olimpo, le perseguía: a los 18 años padeció mononucleosis; más tarde le arrollaría un camión, lo que le produciría la fractura de una vértebra. Tras su oro olímpico parecía que los equipos profesionales se peleaban por él, pero en su primer año postolímpico aún no estaba adaptado al ciclismo de los Chiappucci, Gianni Bugno (su confeso modelo), Ullrich, etc. En su segunda temporada como profesional una inoportuna tendinitis le hizo pasar el año en blanco. Sin embargo, logró fichar por el Motorola de un tal Armstrong al que poco después se le pronosticaría un cáncer.
Dos años después de su muerte se erigió un pequeño monumento en el lugar de la tragedia, el Col de Porte d´Aspet. Cada vez que el Tour pasa por allí la carrera se detiene en homenaje al malogrado ciclista guardando un minuto de silencio y portándole flores, como igualmente le homenajeó la carrera de ese 1995, cuando llegaron todos sus compañeros del Motorola juntos y abrazados los primeros a la meta de la fatídica etapa, ya neutralizada.